sábado, 28 de marzo de 2015

El hombre sin sentimientos


Georgina se despertó sobresaltada, con el malestar propio de quién acaba de salir de una pesadilla. Intentó levantarse, pero una cadena mantenía su pie sujeto a un camastro. Alterada y confusa, miró a su alrededor. La habitación era reducida, apenas iluminada por un pequeño tragaluz. El papel pintado se había resquebrajado y mostraba la pared desnuda y descolorida por el paso del tiempo. El único mueble que había en la estancia, aparte de la cama, era una vieja mecedora que se balanceaba lentamente. Crick, crack, crick… Se sentía aturdida. No sabía dónde estaba, ni comprendía cómo había llegado hasta allí. Temía que el terror le hiciera perder la perspectiva y se concedió unos instantes para ordenar sus ideas. Sus labios se contrajeron al apreciar un  sabor amargo en la boca y, de repente, lo recordó todo. La salida de la cafetería donde trabajaba como camarera, el camino hacia casa cruzando el parque, la silueta que la observaba desde la espesura, su intento de huida y el tacto de un pañuelo impregnado en cloroformo sobre su rostro.
Se escucharon unos pasos y Georgina se encogió sobre el colchón, abrazándose a sí misma. El pomo giró y la puerta se abrió con un lastimero chirrido. Un hombre, con un cuaderno en la mano, entró y se sentó en la mecedora. Tras mirarla con intensidad, sacó un carboncillo del bolsillo interior de la chaqueta y comenzó a dibujar. La luz que penetraba por la claraboya incidía sobre él, permitiendo a Georgina observar su fisonomía. Inmediatamente le vino a la mente su presencia, casi diaria, en una de las mesas del comedor. Evocó su modo de hablar monótono, sin matices afectivos y su mirada inquisitiva.
—Yo… yo te conozco —dijo Georgina, mientras sentía el corazón palpitando en sus sienes—. Déjame marchar, te lo suplico
Las lágrimas comenzaron a rodar por su semblante, mientras él, impasible, continuaba pintando sobre el papel. Todo a su alrededor parecía haberse detenido, excepto su mano que  se movía como si tuviera voluntad propia.
—¿Qué es lo que quieres de mí? —gritó desesperada Georgina
El hombre, regresando de la concentración, se levantó como un resorte. En sus ojos brillaba una furia contenida. 
—Quiero comprender —dijo, lanzando la libreta al suelo, antes de salir de la habitación.
Georgina se estiró hasta lograr alcanzarlo. Como si cada lámina fuese un espejo, se vio retratada con diversos gestos: sonriente, pensativa, preocupada, triste o aterrada.

******

El miedo de Georgina se amortiguó con el paso de los días. A través de las escuetas conversaciones que mantuvo con Arthur, así era como dijo llamarse el hombre, Georgina intuyó que padecía un trastorno que limitaba su capacidad para identificar y expresar emociones. Confusión de sentimientos que, además de impedirle mantener relaciones interpersonales, por falta de empatía, le llevaba a somatizar su estado emocional en dolor físico.
Entender cómo funcionaba la inteligencia emocional en los demás se había transformado en una obsesión para Arthur. Y en ese camino hacia la comprensión Georgina se había convertido en su ratón de laboratorio. Cada jornada, al anochecer, esbozaba sobre las cuartillas cada uno de sus gestos, ademanes y expresiones de su cuerpo. Pero, además,  necesitaba que Georgina le explicase cómo se sentía cuando estaba triste, alegre, preocupada… Ella era consciente de que su vida pendía de un hilo cada noche, pero también de que mientras tuviera una historia que contar, como Sherezade, vería amanecer un día más.
Esa dependencia que sentía por ella hizo que se sintiera fuerte y la animó a pensar que tal vez podría escapar. Ya no la ataba con la cadena e incluso la permitía abandonar el cuarto durante unas horas. Solo tenía que esperar el momento adecuado. Y en una de esas salidas, mientras Arthur se giró para atender una llamada de teléfono, Georgina cogió unas tijeras que había sobre la mesa y se las clavó en la espalda. Arthur se deslizó hacia el suelo, mientras sus pulmones hacían esfuerzos por llenarse. Su rostro se contrajo en un gesto de terror.
—¿Esto es miedo? —preguntó con ojos suplicantes.

Georgina no contestó.

14 comentarios:

  1. ¡Uff! Más nos vale pasar desapercibida, que ser el objetivo de las emociones ajenas.
    Un gran relato, dulce amiga.
    Besitos.

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    1. No puedo estar más de acuerdo contigo, Rosa. Espero no habértelo hecho pasar muy mal con el relato.

      Besos y muchos abrazos, mi querida Rosa.

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  2. ¡Uff! ¡Qué miedo! Muy bueno, Mari Carmen. Besitos.

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    1. Lo que da miedo, Ana, es pensar que estas personas existen. Ojala la realidad, al menos en estos casos, nunca superara la ficción.

      Un beso grande

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  3. Una vez más lo leo con el corazón encogido. Estas historias siempre son espeluznantes y has conseguido el ambiente propicio. Besos.

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    1. Pues sal de la escena y despliégalo de nuevo, que lo necesitas para escribir :-)

      Besos y abrazos

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  4. Tienes un gran estilo literario. Haces que el lector se sienta atrapado por la historia desde el primer párrafo.
    Un abrazo.

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    1. Me queda tanto por aprender, Josep… Por suerte cuento con grandes compañeros de los que aprender y que me ayudáis a mejorar. Gracias por ello.

      Besos y muchos abrazos

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  5. No sabría decir qué es más aterrador, si estar en las pantuflas de Georgina o en las de Arthur. Vivir en un mundo gregario sintiendo, únicamente, la desesperación de no pertenecer a él, parece una pesadilla. No podemos evitar ser animales sociales.
    Se te da muy bien el cuento de terror psicológico; he disfrutado cada parágrafo.

    Un abrazote.

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  6. Un relato apasionante donde logras humanizar al secuestrador hasta el punto de que siento su angustia. Debe de ser duro vivir sin sentimientos, pero más duro es guardárselos para uno. Feliz Semana Santa. Nos leemos a la vuelta.

    Un abrazo.

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  7. Esther y Jose Antonio, mi pareja favorita. Siempre con vuestros comentarios inteligentes e imaginativos. Me gusta que os hayáis puesto en la piel del otro protagonista. Como bien apuntáis, tiene que ser terrible vivir sin sentimientos.

    ¿Y por qué os contesto a la vez? Pues porque quiero aprovechar para avisar a los compañeros de que este otoño, verá la luz vuestro libro conjunto: “Pelusillas en el ombligo”. Transcribo aquí las palabras de José Antonio y de Esther que dan alguna pista sobre esta relación literaria. Y emplazo a todo el que quiera tener más información a que pase por esta dirección.

    http://lobo74estepario.blogspot.com.es/2015/03/pelusillas.html

    «somos el haz y el envés de la misma página». Ella más poética, yo más visceral. Yo en las nubes, ella en la tormenta ».

    La cuenta atrás ya ha comenzado... Lo espero con emoción e impaciencia.

    Besos y abrazos

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    1. Gracias por este guiño de complicidad. Lo cierto es que nos hemos juntado dos buenos elementos, contradictorios como pocos, pero unidos en el proyecto común de contar unos cuentos que podrían caber en un post-it. En el fondo, yo siempre quise formar un trío, pero a Esther le pareció algo escandaloso.

      Un abrazo.

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    2. Ya sabes lo que se dice de los polos opuestos, sin descartar la teoría de que la realidad es una sucesión de dualidades: el yin y el yang . Los contrarios encajan y forman un todo perfecto, como no dudo que será ese libro escrito a cuatro manos.

      Desafortunadamente, o afortunadamente, no todas las fantasías están hechas para cumplirse. De momento, confórmate con el dúo ;-)

      Besos y muchos abrazos

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    3. Lo que a simple vista parece un reto, no es más que la aplicación básica del principio de respeto mutuo. La diversidad en el mundo parece que nos lleva a la mejor de las convergencias o a las más terroríficas divergencias. Desde mi punto de vista, este libro es la prueba de que somos capaces de dar vida a los sueños sólo si dejamos de orbitar sobre nuestro propio ombligo, lanzamos la mirada a las estrellas ¡y mantenemos los pies en la tierra!

      Gracias por tus palabras. Espero que puedas acudir a alguna presentación.

      Un abrazote :-)

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