Charlie cruza la calle hacia el
refugio que ha encontrado en una estación abandonada de tren. Pronto anochecerá
y por la humedad que se siente en el ambiente es posible que comience a llover.
Se tumba sobre unos cartones, se esconde bajo una vieja manta y espera a que
llegue el anhelado sueño. Está tan cansado… Los años avanzan y ya apenas queda
nada del joven soñador que creía comerse el mundo
Recuerda las casas de acogida
de las que se escapó porque no quería aceptar los lazos emocionales que se le
exigían a cambio de bienestar y seguridad. Él deseaba viajar, conocer mundo...
y ante todo no perder su libertad. Sonríe al acordarse de Luca, un ilusionista de poca monta, con el
que recorrió pueblos y ciudades, hasta que el director del Gran Circo Pride les
contrató para que representaran su espectáculo en una de sus pistas. Qué
tiempos aquellos, en los que la camaradería regía sus pasos y no había más
obligación que la de: «el espectáculo debe continuar».
Tras su
aventura circense, Charlie quiso probar
suerte con el cine o el teatro. Era fotogénico, dominaba la expresión
corporal y no le faltaban dotes interpretativas. Durante meses asistió a
cientos de castings. «La gloria no llega
de la noche a la mañana. No hay límites, solo metas…», se repetía a sí
mismo cada vez que le daban con la puerta en las narices. A base de esfuerzo y
tesón fue ganándose la confianza de varias productoras. Incluso llegó a ser una
de las estrellas de un musical que estuvo durante años en las carteleras de
Broadway, Cats.
Espectador de
su propia historia, Charlie lanza una mirada al show del pasado, cuando la
carne era joven y la sonrisa sincera, cuando su sombra se movía por el
escenario al son de la música deslumbrando al público… Hasta ese día en el que
la experiencia nada tuvo que hacer ante un cuerpo perjudicado por el paso del
tiempo. Cuando sus movimientos perdieron la elegancia que siempre le había
caracterizado, le despidieron sin contemplación. Un tropel de imágenes acuden a
su mente: dolor, furia, sangre… un paréntesis de espacio que quisiera olvidar.
Días oscuros, en los que la rabia fue el
estímulo que le incitó a recorrer los rincones más sórdidos de la ciudad, en
busca de seres anónimos e inocentes con los que pagar, aún le cuesta asumirlo,
su propia frustración.
Unas voces
acaban con su meditación. Su mente regresa de nuevo al cuerpo. Alguien le
observa desde la oscuridad. No es uno, sino varios los que le rodean.
—Eh, tú… ¿Qué
haces aquí? —dice el que parece ser el jefe—. ¿Acaso no sabes que este es
nuestro territorio?
—Yo… —contesta
Charle mientras dilatando, su respuesta, busca un resquicio por el que escapar.
Pero no le da
tiempo y se abalanzan sobre él, dándole una brutal paliza. Maltrecho y sin
apenas fuerzas, se arrastra hacia la carretera cercana. Al otro lado hay un
bosque en el que puede descansar y buscar protección. Intenta cruzar la vía,
pero le fallan las fuerzas y queda tendido en medio del asfalto. De repente se
escucha el sonido de un automóvil que se acerca. Unos faros iluminan la escena
y Charlie, abandonándose a lo que cree inevitable, cierra los ojos esperando el
final. Pero el conductor reacciona y, con un quejido de las ruedas, logra
frenar a escasos metros de él. La puerta se abre. Antes de perder la
consciencia, Charlie ve unas extraordinarias piernas de mujer que se acercan.
Charlie,
seminconsciente por los efectos de la anestesia, mira a su alrededor. Está
tumbado en una camilla y con un gotero conectado al antebrazo. Intenta moverse,
pero el intenso dolor casi le hace perder de nuevo el conocimiento.
—Doctor, ¿qué
tal está?
—La operación
ha sido un éxito. Por las cicatrices que he visto en su cuerpo parece que este
no es su primer escarceo con la muerte… O tiene mucha suerte o una naturaleza
fuerte. Si evoluciona como hasta ahora, se salvará.
«Esa voz… ¿Será la mujer de las piernas torneadas?
¿Estarán hablando de mí?» Charlie
recorre mentalmente su cuerpo en busca de esas marcas. «El antebrazo derecho, la espalda, el cuello, el abdomen y esa que le
cruza la cara casi por completo. Cinco… y con esta, seis. »
Charlie
escucha el sonido de unos tacones que se acercan. Es una mujer hermosa. Una
cascada de bucles cae por su espalda y enmarca un rostro dulce y sereno. Sus
ojos, de un azul intenso, le miran con ternura. Alarga la mano para
acariciarlo.
«Tan solo me queda una vida de las siete que tenía.
Quizás ha llegado la hora de aceptar lo que antes rechacé. Hace tanto que no
siento el calor de una caricia...»”
Charlie cierra
los ojos y ronronea de placer.