Hay
una gran algarabía en casa del marqués de Fontaine. En el piso superior, los
invitados festejan los platos preparados por Chef François
—el mejor cocinero de París—, en el inferior, Alvar, el aprendiz, mira de
soslayo a François sin comprender la desmesura con la que está cocinando.
—¿No se desperdiciará tanta comida? —pregunta
Alvar.
—Nunca subestimes el poder de las sobras…
—responde François señalando la fila de menesterosos que comienza a formarse en
el patio.
El marqués desciende a las cocinas. Desde el
dintel de la puerta, observa, asqueado, cómo los indigentes se arremolinan
alrededor de la basura que tira Alvar.
—Para que digan que la gula es un pecado de
ricos… —señala el marqués.
—No es gula —increpa François — es hambre.