“ El sol se estaba poniendo,
las nubes estaban teñidas de rojo.
Oí un grito que atravesaba la naturaleza.”
Edvard Munch ............
Sonó el despertador. Con movimientos de autómata cojo
la ropa que dejé preparada el día anterior. Un café y ya estoy lista para
enfrentarme al nuevo día. Salgo del ascensor y me sorprende ver la luz que
ilumina el portal..." No puede ser. ¿Me habré dormido? Debería ser de
noche." Corro hacia el metro pero la verja de metal cierra la boca. A lo
lejos el silbido del convoy que parte sin mí.
Miro alrededor y no reconozco mi calle. No sé dónde estoy.
Unos edificios insólitos, de estructura curva, flanquean las aceras. Las
fachadas de colores fuertes, puros...azules, verdes, amarillos...el triunfo del
color sobre la forma. Sus sombras invertidas se extienden en el suelo, se
alargan como si quisieran romper el hilo que les une a lo que las proyecta.
Unas rejas articuladas y flexibles adornan las ventanas. Tras los cristales, ni
luces ni movimiento, sólo silencio.
Un escalofrío recorre mi espalda mientras busco con
esperanza algún rastro de vida humana. Nada. De repente el suelo se mueve. Me
tambaleo mientras un extraño sonido, como el de las ramas de un árbol al
partirse, rompe la soledad. Pero aquí no hay árboles. El sonido llega de los
edificios que se arquean y retuercen, como si fueran de plastilina y amenazan
con derrumbarse sobre mí.
Corro mientras todo se distorsiona a mi alrededor. Los
edificios desaparecen dejando a la vista un cielo rojo. El asfalto se deshace
hasta convertirse en un mar de tinta con remolinos azules. Una barandilla la aleja
de mi. Dos figuras misteriosas y fantasmales se acercan. La angustia y el
espanto se apoderan de mi espíritu. Intento que salgan de mi interior, pero
nadie oye el grito. Y aquí estoy, mientras unos ojos me miran desde la
distancia, atrapado en un mundo que no me pertenece, en un lugar cerrado,
colgado en las paredes de un museo.