Fran
se levantó cansado, tras otra noche de pesadillas. Desde hace tres semanas se
repetía el mismo sueño cada noche. Apenas dormía y el cansancio comenzaba a
deteriorar, no solo su rostro marcando unos ojos hundidos y ojerosos, sino
también su salud. No entendía por qué las pesadillas se producían, pero sí
sabía, con exactitud, cuándo comenzaron. Recordó a su madre tirando, sin
querer, el salero sobre la mesa y las bromas sobre la mala suerte que
acarrearía. Recordó el principio de todo.
Fran se duchó y, tras vestirse, cogió la tarjeta que había dejado el día
anterior en la cómoda y donde se podía leer:
VIDENTE Y TAROTISTA SIN PREGUNTAS
Montufar
Vidente de nacimiento y tarotista de profesión.
Médium real e interprete de sueños.
Realizo cartas astrales, curo el mal de ojo...
Filtros de amor garantizados.
Genaro Riestra 27, 1B (Barcelona)
Salió de casa, subió a un taxi y,
en menos de 15 minutos, se encontró frente al portal. Fran no creía en
supersticiones, pero era lo único que le quedaba por probar. Quizás en la
interpretación del sueño hallaría la clave de lo sucedido. Subió las escaleras
y llamó a la puerta. Una voz le invitó a pasar: “Adelante. espere un
minuto por favor, ahora mismo le atiendo.” Fran entró a una sala de
espera, amplia, con decoración jamaicana y un penetrante olor a sándalo. No le
dio tiempo a sentarse cuando un hombre se acercó desde el fondo del pasillo.
— Buenas tardes, soy Montufar, ¿en qué le puedo ayudar?
— Verá, señor Montufar, quisiera que me ayudara a comprender un sueño...
Bueno, para ser más exacto, una pesadilla.
— ¿Y ha tenido esa pesadilla una sola vez o es recurrente?
— Todas las noches desde hace tres semanas.
— Bien, cuénteme, hábleme de ella...
— Es de noche y me encuentro en mi habitación escuchando música, cuando me doy
cuenta de que, sobre la mesa, hay un puñado de sal. Me acerco y observo cómo
los pequeños fragmentos cristalizan y aumentan de tamaño a gran velocidad, como
si en lugar de un mineral inerte, fueran una plaga de microorganismos
colonizando un espacio. A la vez los cristales de sal se desplazan, lenta pero
inexorablemente, por la habitación y todo lo que alcanzan a su paso: paredes,
muebles, suelo...se llena de una costra blanquecina. Toco a uno de ellos y
siento como me quemara la piel. Me subo a la cama, aterrorizado, pues es el
único espacio que se mantiene limpio. Y grito, grito con todas mis fuerzas. Mis
padres abren la puerta pero se mantienen expectantes, sin entrar y, desde el
dintel, parece que me dicen algo que no alcanzo a escuchar. Mientras, los
cristales se multiplican, se acercan, me circundan. Están en todas partes a mi
alrededor. La patas del somier, la colcha, las sábanas...Están a tan solo
veinte centímetros, a menos, estoy rodeado completamente por la sal. Miro a mis
padres, asustado, despavorido, pero ellos sonríen. Y ahí es cuando me
despierto.
— ¿Cuántos años tiene?
— Cuarenta y cinco.
— ¿Y vive usted sólo?
— No, con mis padres.
— Pues el mensaje está claro “SAL de casa de una vez. “ Eso lo que sus
padres le dicen sin hablar.
— Pero sonríen...
— Claro. Ellos saben que es un sueño.