martes, 31 de diciembre de 2013

PAPEL MOJADO
















María lee su viejo diario mientras se resguarda de la tormenta de verano que descarga con fuerza. Al llegar al final, mira las hojas que dejó en blanco, una por sueño. Hojas que esperaba que llenara el paso del tiempo. Pero continúan intactas. Se fija en un pequeño riachuelo que comienza a formarse en la acera y que llega hasta una cercana alcantarilla. De pronto, arranca las hojas y hace unos barquitos de papel. Sale a la calle y los pone en la corriente que marcha hacia la cascada del pequeño abismo.

Ahora observa como sus sueños, solo papel mojado, se hunden y no alcanzan su destino. Se estrellan, incluso en este pequeño viaje, contra una barrera infranqueable: la realidad.

domingo, 15 de diciembre de 2013

EL OSCURO BORDE DE LA LUZ














«Se puede tener, en lo más profundo del alma, un corazón cálido, 
y sin embargo, puede ser que nadie acuda a él» .
(Vincent Van Gogh)...................


El oscuro borde de la luz


Ane mira el paisaje que tiene frente a ella. Tres caminos rojos se abren paso en un campo de trigo que se mece con el viento. Primero, lentamente, después con fuerza.  Ane presta atención al sonido del viento,  al susurro que produce el roce de las espigas. Siempre ha sentido una fascinación especial por los paisajes sonoros, por esa voz de la naturaleza, como ella la llama, que le ayuda a percibir la vida a través de los sentidos. De repente, una bandada de cuervos se eleva sobre el trigal. Revolotean, se buscan y entrecruzan sus alas para enfrentarse a la tormenta que se dibuja en el horizonte. Un escalofrío recorre su cuerpo mientras observa cómo se alejan. Piensa, al verles mezclarse con las sombras del firmamento, que son el símbolo tenebroso de un destino del que nadie, a veces, puede escapar. Saca de su bolso el  cuaderno y la caja de lápices de colores que siempre lleva consigo y comienza a dibujar la escena.
—No, así no… en la naturaleza no hay líneas.
Ane estaba tan abstraída, que se sobresalta al escuchar la voz y se le cae el cuaderno. Se gira y ve a un hombre pelirrojo, de unos treinta cinco o cuarenta años, fuerte, de anchas espaldas, que viste un guardapolvo gris y un gran sombrero. «No es posible se parece…» Ane mira con disimulo la oreja izquierda del hombre. «Una cosa es desear parecerse a personajes que admiramos, vestir como ellos, imitar sus gestos… pero llegar, incluso, a cortarse el lóbulo para parecerse a él… No, es imposible…»
 El extraño se agacha a recoger el cuaderno y se lo da a Ane con una sonrisa.
—Perdón, siento haberte asustado. Me llamo Vincent… —le dice el hombre ofreciéndole la mano.
«Vincent… Claro, no podía ser de otro modo».  Ane duda, no sabe cómo reaccionar. Primero piensa en salir corriendo, pero luego mira sus ojos y no encuentra en ellos ningún rastro de locura, solo una inmensa tristeza y soledad. No sabe  la razón pero aquel hombre no le inspira temor.
—Hola, —dice mientras acepta la mano tendida— mi nombre es Ane.
—Es un paisaje fascinante, ¿verdad?
—Sí, por eso quería retenerlo.
— ¿Retenerlo? No…  lo que estabas haciendo era copiarlo, convertirlo en una imagen estática. No tienes que delinear los contornos de las cosas, tienes que buscar su luz, el movimiento de la quietud. Debes romper sus límites, sus bordes, penetrar dentro de ellas… que tomen cuerpo y volumen dentro de ti, para, después, atravesar ese muro invisible que existe entre lo que sientes y lo que ves.
—Pero antes necesito un bosquejo, un marco de referencia para no perder la información.
—No, no necesitas detalles específicos, ni referencias. Solo debes pintar lo que hay dentro de las cosas, la sensación que producen… que sea tu alma la que plasme las formas y los colores. Así  lograrás expresar tus emociones aunque pintes la más negra de las noches. Ven, demos un paseo, quiero enseñarte algo.
Caminan juntos hasta que llegan a un mirador desde donde se divisa un paisaje nocturno. Lo primero que llama la atención de Ane es la silueta de unos cipreses que se eleva hacia el cielo como una llamarada vegetal. Al fondo ve la silueta de un pueblo con la larga aguja de la torre de la iglesia presidiendo el conjunto. La línea del horizonte está baja, dándole protagonismo al cielo y a la luz que irradian las estrellas y una extraña  luna en cuarto menguante.
— ¿Dónde estamos?
— En mis sueños. Lo que ves es mi interior, mi mirada, expresada en luz y color. Cada pincelada es un pensamiento, una emoción, que rompe la barrera que nos separa y llega hasta ti.  Sueña las pinturas, Ane,  y luego pinta. Busca dentro de ti lo que crees que está fuera.

Ane siente unos toquecitos en su hombro.
—Perdón, señorita, es hora de cerrar el museo.
Mira por última vez el cuadro. «Esta escena es tu carta de despedida. No sé cuál de los tres senderos elegiste. Quizás el del centro que se pierde entre el trigo y se adentra en la pintura. Solo espero que al final encontraras la luz que tanto buscabas, aunque fuera a través de la muerte…»