jueves, 8 de diciembre de 2016

Wall Street


Nueva York se había despertado con la noticia de la desaparición de Ted Blackwell, afamado bróker y experto bursátil, en extrañas circunstancias.
Desde que, con catorce años, Ted vio la película Wall Street, tuvo claro que su meta en la vida era la de convertirse en el mejor agente de bolsa. Quedó deslumbrado por ese mundo de lujo y placeres, inalcanzables para él, que mostraban los fotogramas. No pararía ante nada ni nadie. Como decía Gekko, personaje interpretado por  Michael Douglas: «La codicia… es buena, es necesaria y funciona. »
Recién acabada su carrera de Económicas, comenzó a trabajar en IGNDO, una acreditada agencia de valores, como analista. Pero tras años de duro trabajo  y sin posibilidad de ascender, decidió abandonar la empresa y ofertarse como agente por cuenta propia. Estaba harto de realizar estudios sobre compañías, visitar empresas, hacer análisis económicos… aportar clientes para que esos ladrones con mocasines, como él los llamaba,  se llevaran el mérito y el dinero.
Los inicios no fueron tan  fáciles como creía. Se vio inmerso en un círculo vicioso del que no sabía cómo salir. Sin una cartera de clientes importantes era imposible obtener crédito y prestigio. Y sin prestigio nunca lograría la confianza de inversores. Estuvo a punto de tirar la toalla hasta que Liam D' Angelo se cruzó en su vida y le abrió el camino hacia la cima de Wall Street.
Liam D' Angelo era un mafioso que precisaba blanquear el dinero obtenido de la prostitución y las drogas. No podía recurrir a los bancos de inversión convencionales, muy regulados tras algunos escándalos relacionados con la manipulación de cotizaciones. Y acudió a Ted, un auténtico desconocido en el mundo financiero pero que parecía conocer resquicios legales beneficiosos para sus intereses. La asociación entre ambos fue buena. Las inversiones eran arriesgadas pero con muy buenos dividendos. Ted era brillante y con unos nervios de acero que le ayudaban a soportar la presión de las subidas y bajadas de la bolsa. Poco a poco fue ganado popularidad y clientes. Se sentía importante, poderoso. Con solo pulsar una tecla del ordenador podía hacer ganar a sus clientes millones… o perder, que fue lo que finalmente ocurrió.
Los inversores le denunciaron por mala praxis, pero Liam D' Angelo fue más allá y le amenazó de muerte si no le devolvía su dinero. Ted temió por su vida. La única salida que se le ocurrió  fue contarle a la policía la verdad de todo lo que sabía sobre las actividades de D' Angelo. A cambio, el fiscal le prometió inmunidad y una nueva vida como testigo protegido. Pero cuando la patrulla fue recogerlo para ir al juzgado no lo encontró.

Una amarga carcajada rompió el silencio del desierto. A dos metros bajo tierra, enterrado en un ataúd, Ted Blackwell aceptó su destino. De nada servía golpear, arañar la madera ni gritar… Lo había intentado todo. Apenas le quedaba aire para respirar. Ted era consciente, en su delirio,  de que su final estaba próximo. «No si en el fondo la cosa tiene su gracia. Jajaja… Como encuentre en el Más Allá, a aquel  que dijo eso de que la verdad nos hace libres, me va a escuchar.»


lunes, 5 de diciembre de 2016

martes, 9 de agosto de 2016

Hablamos con Mari Carmen Azkona


Entrevista realizada por la editorial Mundopalabras, con motivo de la publicación, en su sello Blanco y Negro, de «En el silencio de los puntos suspensivos».
Pequeña biografía que te interese destacar
Desde pequeña, mi amor por la literatura creció exponencialmente al número de páginas que leía, en las que encontraba, a través de  los personajes, una fuente inagotable de historias cuyo  empuje, lucidez e inspiración abrieron mi mente a la vida. Ante todo, para mí, la literatura es conocimiento e intercambio.
               
Estoy inscrita en la plataforma y grupo de comunicación digital Netwriters, en la Asociación Plaza Nueva Idazleak y en la Asociación de Escritores en Red Marqués de Bradomín, en la que tengo alojado mi blog.

He publicado varios relatos en antologías, revistas literarias e internet. En 2012 publiqué mi primer libro en solitario, «Patchwork», y en el 2016, con mundopalabras.es, «En el silencio de los puntos suspensivos», en el que ofrezco una panorámica de mi narrativa.

¿Cómo definirías en un máximo de cinco líneas de qué trata tu libro y por qué deben comprarlo los lectores?
Partiendo de los seis interrogantes, que toda historia debe contener: qué, quién, cuándo, cómo, dónde y por qué, se despliega un universo temático, variado y comprometido, que transita entre lo veraz y lo verídico. Porque, al fin y al cabo, cualquier ficción no deja de ser una gran mentira que alberga en su interior algo de verdad.
¿Cuál es el principal objetivo que te planteaste con la escritura de esta obra?
Hay un objetivo que siempre tengo presente a la hora de escribir. Como escribió Enrique Gracia Trinidad, gran poeta y autor de las ilustraciones que acompañan cada capítulo de este libro:
«Escribir por si alguien, algún día,
tiene un dolor de corazón idéntico
o sufre una alegría semejante».

¿Qué es para ti ser escritora? ¿Te cuesta utilizar esa palabra para definirte?
Me ha costado mucho tiempo definirme como tal, incluso aún siento vértigo al pensarlo… Pero he de admitir que sí soy escritora, está en mi naturaleza. De otro modo no se entendería esa necesidad que tengo de buscar aquello que, como dijo Saint-Exupéry, es invisible a los ojos y mi deseo de traducirlo en palabras.
¿Qué ha sido lo más bonito y lo más difícil de todo el proceso de publicación de tu libro?
Lo más bonito: cada uno de los pasos que se han dado hasta ver el resultado final y el aprendizaje que eso ha supuesto para mí.
Lo más difícil: el miedo a que cada decisión tomada no haya sido la acertada.
¿Les aconsejarías a otros escritores que se embarcaran en la aventura de la autoedición?
Esta es mi primera incursión en el mundo de la autoedición y no creo ser un buen referente, pero si es el camino para alcanzar su sueño, ¿por qué no?
¿Cuál ha sido tu experiencia con mundopalabras.es?
Muy buena. Era una experiencia nueva para mí y los nervios juegan malas pasadas. Sin embargo, el equipo de mundopalabras.es, con extraordinaria profesionalidad, me asesoró durante todo el proyecto, hasta despejar mis dudas. Con tan solo unas pequeñas directrices, supieron comprender qué es lo que yo quería.
 ¿Qué sentiste cuando tuviste el libro entre tus manos?
Verlo, sentirlo, olerlo… son tantas las emociones que se desatan en ese momento. Nervios, miedo, emoción, alegría… y mucha satisfacción.
¿Algún consejo para escritores que están empezando?
Uno que me dieron a mí cuando comencé a escribir: olvidar todo lo leído, para volver a leer de nuevo pero con otra mirada: la de un escritor. Cada lectura debe ser una lección de escritura.
Tu principal fuente de inspiración es… el día a día.                                  
Para llamar a las musas nada como… no se las puede llamar, son díscolas e imprevisibles. Solo pido que, como dijo Picasso, me pillen trabajando cuando aparezcan.
Tu lugar preferido para escribir… ninguno en especial. Es el acto de escribir el que convierte cualquier espacio en mi lugar favorito.
¿Prefieres el día o la noche?, ¿el silencio o algún sonido de fondo? Mentalmente estoy más activa de día, pero es por la noche cuando vuelco a papel toda esa actividad. Y en completo silencio.
¿Libro electrónico o libro en papel? Como lectora utilizo los dos formatos y creo que es bueno que coexistan. Sin embargo, como escritora sí siento la necesidad de dar una extensión física a lo que escribo.
¿Alguna superstición? A la hora de escribir, ninguna. Sin embargo, sí reconozco tener unas cuantas en la vida diaria como, por ejemplo, no pasar por debajo de una escalera o abrir un paraguas en espacios cerrados.
Un sueño como escritor/a… Nunca perder la capacidad de disfrutar escribiendo.
Tu escritor/a favorito/a… Son tantos que cuesta seleccionar uno. En prosa, Víctor Hugo y Pessoa en poesía.
Un personaje literario que te cautivara especialmente… El sombrerero loco de «Alicia en el país de las maravillas».
La novela que te hizo llorar… «El médico», de Noah Gordon.
Por último, nos gustaría conocerte un poquito mejor, ¿te animas a responder a nuestro apartado “muy personal”?
Tu comida favorita es… las patatas en cualquier forma; ya sean guisadas, fritas, al horno o en tortilla.
Serías capaz de insultar si… se agrede a los más débiles.
Tu ciudad favorita es… para inspirarme cualquiera, todas tiene algo que mostrar. Para vivir, mis dos villas: Bilbao y Portugalete.
Lo que te hace más feliz… la sonrisa de las personas.
Lo que más odias de este mundo… la intolerancia, la xenofobia, la discriminación… todo aquello que atente contra la dignidad de las personas.
Una manía personal…  creo no tener ninguna en especial.
¿De qué te disfrazarías en una fiesta de disfraces? Me gusta tanto disfrazarme que no tengo preferencias por ninguno en especial.
Ahora mismo estás leyendo… «Demasiado ruido», de Javier Abasolo.


sábado, 30 de julio de 2016

Pura Magia





Hay textos que crecen adecuadamente, pero sabes que, por alguna razón, se sienten incompletos. Esto es lo que le ocurría a «Pura magia», uno de los cuentos de mi libro «En el silencio de los puntos suspensivos», que se sentía triste al creer que solo estaba destinado a ser leído por adultos. Sin embargo, gracias a Diego Gila Haro, dentro de las actividades que de manera altruista realiza este verano en Casalarreina (La Rioja), su realidad ha dado un vuelco. 


miércoles, 29 de junio de 2016

domingo, 26 de junio de 2016

Presentación en Madrid de «En el silencio de los puntos suspensivos»







Presentación en Madrid de «En el silencio de los puntos suspensivos», 
con Santiago Solano Grande y Alejandro Pérez García.


Presentación en Madrid de «En el silencio de los puntos suspensivos»


Lo primero que debo hacer es agradecer a la Casa castilla-La Mancha la gran acogida y facilidades que me han brindado para lograr que hoy estemos aquí reunidos y, por supuesto, vuestra presencia en un día tan emotivo para mí. También dar las gracias a Alejandro Pérez García y Santiago Solano, padrinos de excepción de este libro, de los que tanto he aprendido y que, con el paso del tiempo, se han convertido en algo más que amigos: son parte de mi familia.

Cuando pensé en embarcarme en esta aventura, un buen amigo, seguramente con mejor criterio que yo, me animó a escribir una historia paralela que englobara todos mis textos. La idea era atrayente, porque a nadie se le escapa que este tipo de piezas ha pasado de puntillas por la historia de la Literatura y para la mayoría de los lectores. Pero, ¿qué es lo que yo quería ofrecer? ¿Una novela para intentar llegar a más público? ¿Y consentir que todos esos personajes, tramas, reflexiones, que se descubrieron ante mí, con una vida y entidad propia, se diluyeran? La respuesta era obvia. 

No es mi intención iniciar una disputa entre novela y microficción, ni mucho menos. Sería absurdo, porque para los que amamos la Literatura ambos géneros la engrandecen. Pero si reivindicar un género que, aunque muchos lo consideren menor, es, quizás, uno de los más antiguos y universales. Solo hay que mirar hacia atrás y releer a Cortázar, Borges, Kafka… los cuentos de Aldecoa, las leyendas de Bécquer, las fábulas de Samaniego y de Esopo… o, si aceptamos la tradición oral como parte de la Literatura, el mester de juglarías o los cuentos y mitos que, generación tras generación, han llegado hasta nuestros días.

Está claro que no podemos obligar a las grandes editoriales a que apuesten por este género, pero si ayudar a desterrar la idea de simplicidad que la brevedad sugiere.
Según palabras de Raúl Brasca, escritor y crítico argentino: « El escritor de microficción sólo cuenta con dos materiales para trabajar este género: las palabras y el silencio, y el secreto radica en lograr que ambos sean igualmente significativos. »
Para ello hay que proceder a desmontar las diversas capas de la apariencia, a incrementar detalles que parecen irrelevantes, a revisar lugares comunes del pensamiento y del lenguaje…  A sugerir más que decir.
Pero no cabe duda que ese silencio, que es presencia y tiene significado, requiere un lector especial. No uno pasivo que se deje llevar por argumentos convencionales, sino un lector que disfrute de la sorpresa, de los juegos literarios, de la ironía… En definitiva, que sepa extraer la máxima intensidad en la mínima expresión.
De ahí el título, «En el silencio de los puntos suspensivos», que no es sino un espacio cómplice, en el que el autor deja suspendido el discurso para que lo retome el lector.
Por eso este libro está dedicado a todos vosotros que, desde la periferia del silencio, sois intérpretes y protagonistas de estos puntos suspensivos. Sé que, independientemente del resultado final, vais a disfrutar con esta gimnasia mental. Un ejercicio que tiene un premio añadido: las ilustraciones que Enrique Gracia ha realizado para cada una de las secciones y que ha logrado, con su generosidad, cumplir uno de mis sueños, tener un libro ilustrado.

Quiero aprovechar la ocasión para dar las gracias a mi gran maestro, Emilio Porta, no solo por su participación en este libro con ese maravilloso texto de la contraportada, que como siempre nos lleva más allá de lo concreto, sino por todo el tiempo que ha invertido en mi formación literaria. Además de las herramientas necesarias para escribir, ha logrado —a veces con palabras que sé que le dolieron a él  mucho más que a mí— que alcance algo imprescindible en un escritor: la facultad de ser autocrítico con la obra propia.

Y ya para finalizar, deciros que si la biografía de una persona se mide por la gente de la que se rodea, hecho del que estoy plenamente convencida, os miro y sé que la mía es extraordinaria.

Gracias de todo corazón.

domingo, 12 de junio de 2016

sábado, 28 de mayo de 2016

«En el silencio de los puntos suspensivos»
















Han pasado cuatro años desde que publiqué «Patchwork», mi primera obra en solitario. Durante todo este tiempo he continuado leyendo, escribiendo, aprendiendo… creando personajes e inventando ficciones y geografías para ellos. Todo ese itinerario vital y literario queda recogido bajo esta maravillosa cubierta que la Editorial Mundopalabras ha creado para cobijarlo.
Pero «En el silencio de los puntos suspensivos» tiene un valor añadido extra. Por una parte, el extraordinario texto de Emilio Porta que va en  la contraportada. Por otra, unas fantásticas ilustraciones creadas por ese caballero que nos mira sonriente tras el árbol, y que no es otro que Enrique Gracia Trinidad.  
Pocas veces una autora ha estado tan bien acompañada.

lunes, 9 de mayo de 2016

«Patchwork» en Amazon


Gabriel Celaya dijo que la poesía era un arma cargada de futuro y yo añado que también lo es  la Literatura en general. Porque creo firmemente en ello —y no solo en su sentido abstracto sino también en el más inmediato y funcional— he subido mi primer libro, «Patchwork», a Amazon.  

El dinero íntegro de las descargas irá a la Asociación Acercando Realidades que, desde hace 20 años, trabaja con colectivos en riesgo de exclusión, principalmente con la infancia y adolescencia.

Os invito a que os acerquéis a esas otras realidades y que conozcáis la Asociación y sus proyectos como el de acogimiento residencial de menores, el centro de acogida inmediata Heliópolis, el programa de intervención social con adolescentes…

Cualquier ayuda prestada será muy valiosa y bien recibida.

Gracias por vuestra generosidad.

sábado, 23 de abril de 2016

Presentación de «El ojeador», de Luis Miguel Rodrigo González


Gracias a todos por venir a este nuevo encuentro, organizado por la Asociación Literaria Plaza Nueva Idazleak, con escritores de otras comunidades. No cabe duda que la descentralización ha fomentado de un modo sensacional el resurgimiento de nuestros autores locales, hecho que es de agradecer, pero también que corremos el riesgo de quedar circunscritos en el ámbito de nuestra propia autonomía, dejando de lado uno de los valores más extraordinarios de la Literatura: su universalidad.
Hoy tengo el honor de presentaros a Luis Miguel Rodrigo González, que ha venido desde Madrid para presentarnos su primera novela: «El ojeador». Que sea su primera novela no quiere decir que nos encontremos ante un autor novel, muy al contrario. En el 2006 publicó el poemario «Inclemencias de un cardo borriquero», en el 2011 el ensayo «La enfermedad de la prisa: un trastorno de los ideales» y en el 2014 «Mala letra», obra ganadora del prestigioso premio de poesía «Blas de Otero» de Majadahonda.
Antes de comenzar a hablar de «El ojeador», quisiera detenerme un instante en el título de su primera publicación: «Inclemencias de un cardo borriquero». A nadie se le escapa la connotación negativa con la que usamos esa expresión para referirnos a una persona arisca o de trato difícil. Sin embargo el cardo es algo más que una flor espinosa. Entre otras propiedades, tiene la capacidad de crecer y florecer en lugares adversos como los bordes de los caminos o las escombreras. Pues Luis Miguel es como uno de esos cardos: tenaz, dinámico, rebelde… y que, como él mismo nos indica en uno de sus poemas, ha aprendido a buscar la inspiración a ras de infierno.
En él confluye, además,  una circunstancia que le convierte en un escritor especial y comprometido: su profesión como psicólogo clínico —con más de veinte años de experiencia— con lo que conlleva de introspección, de discernimiento acerca de la esencia de las emociones y del pensamiento, y, sobre todo, de empatía hacia los demás y las diversas realidades que existen más allá de la particular.

No me extrañó que Luis Miguel eligiera el tema del futbol para su primera novela, le he visto hacer maravillas con un futbolín mientras me daba no solo lecciones de escritura sino de vida, pero sí sentí interés por ver cómo lo enfocaría. Máxime cuando soy bastante crítica con ese deporte. Y reconozco que, como esperaba, no me ha defraudado.
Luis Miguel rompe las reglas de la narración convencional y estructura la novela en: Primera parte, Descanso, Segunda parte, Descanso previo a la prórroga y Prórroga. Un partido que no es sino una asombrosa metáfora vital, en la que no encontraréis ni una sola jugada de futbol. Porque el futbol es solo el marco de referencia del que se sirve para abordar temas como la amistad, la familia, la inmigración, las drogas, las relaciones de pareja o la soledad.
La acción se desarrolla en un pueblo perdido con nombre de alambrada, pero también podría haberse enmarcado en alguno de los barrios más pobres y peligrosos de Sudamérica o en muchos de los países africanos donde los chicos improvisan pelotas de paños, mientras sueñan con triunfar como futbolistas y salir de la pobreza.
Tras conocer el rumor de la existencia de  una joven promesa del balón, Jaime, un ojeador de futbol con un solo ojo y una navaja de siete dedos en el bolsillo, llega al pueblo, con el convencimiento de que ese adolescente puede ser su última oportunidad para salir de una vida vacía y anestesiada por el alcohol.
Con este inicio, mediante el monólogo interior de cada personaje, se va tejiendo la historia de unas existencias frágiles —con sus secretos, temores, sueños y dudas—, que, a su vez, introducen al lector en una trama que discurre en paralelo. Una carrera contra la muerte repleta de acción, de peligros, de suspense, en la que se demuestra que es en las circunstancias excepcionales donde el ser humano se revela como realmente es. Y todo ello escrito con el lenguaje de los sentidos, con una sutileza tan genial como hermosa

Se dice que el jugador número doce de un equipo es la afición. En este caso, es el lector Os animo a que os convirtáis en ese decimosegundo jugador y participéis en este partido intenso y sorprendente. Porque os aseguro que cuando finalice, como ocurre siempre que la Literatura es de calidad, habréis ganado por goleada.

Y antes de terminar y dar paso a Luis Miguel, que nos hablará sobre su novela, y a Vicente Corral, que compartirá su  experiencia como ojeador profesional, no me resisto a dejaros su «Lección de futbolín», extraído del poemario premiado «Mala letra». Quiero que seáis vosotros quienes juzguéis, más allá del cariño y admiración que siento por Luis Miguel y que han reflejado mis palabras.


LECCIÓN DE FUTBOLÍN

1. —Nivel participante:
Para ser especialista en este arte primero hay que
exiliarse en el silencio —que hablen el hierro y la
madera— y dejar que el oído se acostumbre al
impacto de la bola con las tablas, sin que se nos
escape el parpadeo con el ojo que tiende a
protegerse de un tornillo desprendido o una astilla.
Esta primera fase del entrenamiento dura lo que
tarda en superarse la muerte de un amigo

2. — Nivel aficionado:
Se hace imprescindible que crujan los tendones de
la mano y jamás perder de vista la jugada, aunque la
luz del fluorescente, el humo y el cansancio nos
cieguen las muñecas.

3. — Nivel competitivo:
Se debe mantener el pulso frío cuando cientos de
derrotas observan la partida. Esto se consigue
 cuando las nuestras pesan tanto como aquellas.

4.— Nivel profesional:
Se hace preciso, para llegar a ser alguien en el juego,
pedernal tras las costillas, rabia de sobra y la
puntería que sólo proporciona haber perdido
mucho desde niño.

5.—Nivel ganador:
No deben aspirar los vencedores a premios
sustanciosos; tal vez a que les llamen por su nombre
y quede sepultado en el olvido, a base de victorias,
su apodo de extrarradio.