domingo, 26 de mayo de 2013

PURA MAGIA














“La magia es un puente que te permite ir del mundo visible hacia el invisible.
 Y aprender las lecciones de ambos mundos.”
 (Paulo Coelho) .....................


Pura magia


“Tenéis que ordenar, de mayor a menor según su longitud, las siguientes medidas: trescientos sesenta hectómetros, veinticinco kilómetros…”
Oliver, ajeno a lo que la profesora Anderson escribe en la pizarra, mira por la ventana del colegio. Nunca le han gustado las matemáticas. A él lo que de verdad le gusta es leer, y, sobre todo, dibujar los personajes que habitan en los cuentos y en los libros de aventuras. Una figura que rebusca entre los contenedores de basura llama su atención. Es un hombre alto y desgarbado, con un extravagante traje y un gran sombrero de colores. De repente, el hombre mira directamente hacia la  ventana, se quita el sombrero y le saluda con una teatral inclinación del cuerpo.

El timbre señala el final de la clase y Oliver sale al patio donde ha quedado con sus amigos, Adele y Cory, para ir a jugar al parque. Al pasar junto a los contenedores busca la figura del extraño hombre, pero ya no está. No sabe qué es,  pero hay algo en él que le resulta familiar, como si le conociera de algo que no consigue recordar…
—El último que llegue a la fuente se la queda. —dice Cory, mientras sale corriendo.

El tiempo pasa deprisa cuando uno se divierte. Sin darse cuenta, entre risas y juegos, llega la hora de ir a casa para los tres amigos. Recogen las mochilas y se despiden hasta el día siguiente. Oliver no se ha vuelto a acordar del hombre hasta que le ve sentado en el porche de su casa. Por alguna razón, que no llega a comprender, no siente miedo al verle, solo ternura al percibir en su rostro una inmensa tristeza.
—Hola, Oliver. Te estaba esperando.
— ¿Cómo sabes mi nombre?
—Hace  mucho tiempo que nos conocemos.
Oliver escruta su semblante, y de repente, como si estuviera sucediendo en ese momento, se ve a sí mismo, pero mucho más pequeño y en brazos de su madre, mirando absorto el dibujo de un cuento que ella le estaba leyendo.
— ¡¿El Sombrerero Loco?!
—Alto, alto, jovencito. Mi amigo Lewis nunca se refirió a mí de ese modo. Si lees la crónica original que escribió tras su viaje, lo comprobarás.  Puedo ser excéntrico, insólito, extravagante, singular… pero loco, no.
—Perdona, yo… lo siento.
—No, Oliver, perdóname a mí. Es que soy un poco susceptible con ese tema… Como te decía antes, te estaba esperando porque necesito que me ayudes.
— ¿Ayudarte yo? ¿A qué?
—A buscar mi sombrero.
—Pe…pero si lo tienes puesto.
—No, (jajajaa) este no es mío, me lo he encontrado. El mío es una chistera. Sin ella no puedo regresar a mi país.
— ¿Al País de las Maravillas?
—Bueno… al de las Maravillas, o al de Nunca Jamás, o al de Oz… Llámalo como quieras, solo son distintas percepciones de una misma realidad: el mundo de los sueños y la fantasía.
— ¿Y esa chistera es mágica?
—No, Oliver. Los objetos inanimados no son mágicos. La magia está en el Universo, en la Naturaleza… en ti.
— ¿En mí?
—Claro, vamos a comprobarlo. Junta las dos manos y coge todo el aire que puedas. Ahora, —dijo el sombrerero sacando una copa de cristal de su bolsillo—, mételo dentro de la copa y acércatela al oído. ¿Qué oyes?
— ¡El mar…!
Si... y no. Lo que se escucha solo son ondas sonoras, Oliver. Pero tú, añadiendo imaginación y recuerdos, las has convertido en olas de mar.
— ¿Y entonces… para qué necesitas la chistera?
—Porque es parte de mí, de mi esencia… Y aunque nuestros mundos comparten la misma dimensión, no podemos existir en los dos. ¿Comprendes?
—Puedes quedarte aquí.
—No, Oliver, mi hogar está allí.
—Lo entiendo… Te ayudaré. ¿Cómo la perdiste?
—Una ráfaga de aire se la llevó. La he buscado por las calles, en la basura…
— ¿Has mirado en el parque? Mis amigos y yo jugamos allí con las cometas cuando hace viento. Se forman unos remolinos muy divertidos, sobre todo, en la esquina que hay junto a la rosaleda.
—No, ahí no.
—Espera… Le aviso a mi madre de que me marcho, para que no se preocupe,  y te acompaño.

Cuando Oliver sale, el Sombrerero no está. Cabizbajo entra de nuevo en casa y sube a su habitación. No entiende por qué no ha querido que le acompañase. Sobre la  cama ve un gran sombrero de colores y una nota.


Nunca me han gustado las despedidas. Es mejor hacerlo así, calladamente, con una sonrisa. Quizás nuestros caminos se vuelvan a cruzar.  Pero hasta entonces, recuerda siempre que la magia, la verdadera magia, está en lograr hacer de lo cotidiano algo extraordinario. Y tú sabes cómo hacerlo.

Pd. Te regalo el sombrero, a mí ya no me hace falta.