lunes, 29 de abril de 2013

LA NIEBLA
























“…las alegrías y las tristezas vienen embozadas de una inmensa niebla 
de pequeños incidentes. La vida es eso, la niebla”
(Miguel de Unamuno)


La niebla


Isabel se coloca las últimas horquillas con las que sujetarse el pelo sobre la nuca. Se mira al espejo, “Cuando se es joven hay que prepararse para gustar, a mi edad… para no desagradar…”, piensa mientras su reflejo le devuelve una sonrisa de aprobación. Coge un abrigo, un bolso y sale, como cada día que el tiempo lo permite, a dar una vuelta y desayunar en alguna cafetería.
Isabel camina sosegadamente por el paseo que hay  junto al Nervión, admirando el reflejo de los edificios de una ciudad, Bilbao, que hasta hace años ha vivido de espaldas a la ría, pero que, ahora, se contempla orgullosa en sus aguas. Son las 10:30 cuando entra en un bar, se sienta en una de las mesas y pide al camarero un café con leche y el periódico. Isabel adora el aroma del café confundido con el de la tinta... Siempre le ha parecido que en ese ritual, tan personal e íntimo, incluso las peores noticias pierden parte de su amargor. Coge la taza humeante mientras pasa las páginas del diario, lentamente, disfrutando del momento, hasta que llega a las necrológicas y una de ellas llama su atención.  

JUAN DE ARZUA SANTAOLALLA
Falleció en Bilbao, a los 93 años de edad. Su familia y amigos ruegan una oración por su 
alma.

Su mirada se escapa por encima de las páginas hacia los grandes ventanales del bar. El contorno de los edificios, calles, árboles… parece diluirse, como si retrocediera en el tiempo hasta el año 1905. Año en el que, siendo ella niña, llegó a Bilbao junto a su madre, viuda, con las maletas llenas de ilusiones y los bolsillos vacíos. Isabel recuerda el bullicio de la ciudad, en plena efervescencia por la prosperidad que había traído a la capital la apertura de los Altos Hornos, y  la alegría de su madre, cargada de sueños, por el futuro que auguraba para ambas.  Pero todos sus sueños retrocedieron, uno tras otro, antes de llegar a ninguna parte. Gentes venidas de las provincias limítrofes deambulaban en busca de un trabajo y, para una mujer sin estudios y con una hija pequeña a la que atender, era casi imposible conseguirlo. Con los pocos ahorros que tenía alquilaron una habitación en el casco viejo de la villa. Fue la dueña de la pensión, doña Margarita, la que le indicó a su madre que acudiera al puerto y preguntara por un tal Juan de Arzua, capataz del muelle y encargado de contratar a las sirgueras.

Los ojos de Isabel comienzan a humedecerse al recordar la imagen, durante tanto tiempo repetida, de su madre junto a otras mujeres arrastrando, a veces contracorriente,  las gabarras por la margen derecha de la ría con una cuerda ceñida a su cuerpo. Y es que, por entonces,  los barcos de cierto calado no podían pasar de Olabeaga, un barrio del extrarradio de la ciudad, por lo que era necesario trasladar las mercancías en barcazas desde ese punto hasta los muelles donde estaban situados los almacenes. Era trabajo más apropiado para bueyes que para mujeres, pero justificado, como un mal menor y necesario,  para la prosperidad del comercio.

“Juan de Arzua… Se ruega una oración por su alma…”  Isabel recuerda el olor a tabaco que impregnaba sus ropas y el humo que envolvía su silueta, en una especie de  halo enrarecido. Siempre con un puro en la mano, encendido, incandescente, lanzando miradas desde lo alto del muelle a las mujeres jóvenes. Cuantas se llevaron la inconsciente señal de su quemadura en la piel… Incapaz  de contener las lágrimas, Isabel, Llora por todas ellas, que solo fueron una anotación borrosa, a pie de página,  del libro de la Historia.

El dolor hace que Isabel vuelva al presente. Una espesa niebla comienza a descender sobre Bilbao, como si todo el humo acumulado en sus recuerdos, concentrado en un rincón de su memoria, de repente se hubiera liberado.

La niebla densa, el humo del tabaco.

domingo, 7 de abril de 2013

ATADO AL RECUERDO














“Dibujé el itinerario
hacia mi lugar al viento.
Los que llegan no me encuentran.
Los que espero no existen.”
……………………. (Alejandra Pizarnik)



Atado al recuerdo


Mario mira desde la ventana de su habitación a un grupo de niños que juegan en el parque. 
 —Hola, cariño, te traigo la merienda. Pero… ¿por qué estás tan triste?
—Hola mamá… Es que mis amigos ya no vienen a jugar conmigo...
La madre sonríe a su hijo mientras acaricia su mejilla, cubierta con barba incipiente. Mario no comprende que sus amigos hace veinte años que dejaron de jugar.