jueves, 4 de diciembre de 2014

Stop deshaucio

Miguel y Gabriel caminan presurosos hacia el Scrinium querelis et rebus. El archivo general donde se guardan las quejas, dudas y sugerencias que llegan al Paraíso, en espera de ser revisadas en los juicios finales de los que las han emitido. Entran en el edificio y suben hasta la planta veinticinco, donde observan un inusual ajetreo en el pasillo. Decenas de ángeles caminan con premura llevando cajas y amontonándolas en las habitaciones contiguas al despacho del director, que les saluda con visible preocupación en el rostro.
—¿Qué es eso tan urgente de lo que querías hablarnos? —pregunta Gabriel.
El director, por toda respuesta, le entrega una carta con membrete del Tribunal Apostólico de la Rota Romana. Gabriel abre el sobre y lee el pliego que hay en su interior.
—Pero esto es… es inaudito.  —dice Gabriel perplejo, mientras le entrega el documento a Miguel.
—Y como esa hay miles más —añade el director—.  Ayer nos remitieron la primera y, desde entonces, no cesan de llegar.
Gabriel y Miguel se miran, conscientes de la necesidad de contarle lo que ocurre a Dios. ¿Pero quién se lo dirá?
—Y si  le enviamos al Ángel de la Anunciación. —sugiere Miguel.
—Imposible. Desde que posó para Rafael, el pintor, está que no hay quién le aguante. Lleva dos meses de tratamiento con un psicólogo para intentar superar su síndrome de narcisismo. Como no cambie de actitud, me temo que acompañará a nuestro hermano Luzbel en el exilio.
—Creo saber quién puede ser la persona adecuada. —añade sonriente Miguel.

*****

El sonido de una dulce voz llega hasta Dios que, en ese momento, está mirando  la Tierra aburrido. « Con un poooco de azúcar esa píldora que os dan, la píldora que os daaan... ». Sonríe al escuchar cantar a Mary Poppins, esa niñera, casi perfecta como ella se define, y que tanta gracia le hace. «…pasará mejor. Si hay un poooco de azúcar,  esa píldora que os daaaan satisfechos tomaréis». Balancea el pie al ritmo de la música, hasta que toma conciencia de qué canción es, y recuerda que siempre anticipaba malas noticias. A pesar del tono distendido de su cantar, Dios observa que Mary camina con indecisión y percibe la mirada que lanza de soslayo, hacia una rosaleda que flanquea el camino. Escruta entre el ramaje y ve a Gabriel y Miguel agazapados.
—¿Qué ocurre, Mary?
—Yo… me han encargado que te entregue estas misivas.
Dios las coge. Lee la primera.

Don/Doña XXX Ha Interpuesto una querella, ante el Tribunal Supremo de la Asignatura Apostólica, por la expulsión, sin juicio ni defensa, de Adán y Eva del Edén. Como heredero/a suyo/a exige le sea restituido el derecho a vivir de nuevo en el Paraíso.

Firma del denunciante
XXX

—¡¿Pero qué broma es esta?! —dice, mientras la lanza al suelo.
Y así, una tras otra, hasta que termina de leer todas. Miguel y Gabriel esperan un ataque de furia al ver la rabia contenida en su gesto, sin embargo, para su sorpresa, explota con una sonora carcajada.
—Miguel, Gabriel… salid de vuestro escondite. ¿De qué tenéis miedo? Es atípico el modo en el que lo han hecho, pero, al fin y al cabo, solo son las mismas quejas de siempre.
Señor... —explica temeroso Miguel— el problema es mayor de lo que parece. Estas solo son unas pocas de las miles que han llegado. Nos hacen responsables, como al resto de los poderes públicos, de mirar hacia otro lado mientras se vulneran sus derechos.
—¿Derechos?
—Uno de los cuales, según ellos, tú les concediste —acota Gabriel— al decirles: «ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado ».
—Pero esa tierra no es…
—También argumentan —continúa diciendo Gabriel— que un padre tiene obligaciones para asegurar la protección y el bienestar de sus hijos. Y que ahora que no hay trabajo, ni manera de ganarse el pan con el sudor, recurrirán a leyes que establezcan  los mecanismos administrativos necesarios que los garanticen. Ya se han formado varias plataformas a lo largo de todo el planeta.
Las manos de Dios se contraen sobre los brazos del trono, su cuerpo se contorsiona… Miguel y Gabriel leen la ira en su rostro y temen lo peor. ¿Qué será esta vez? ¿Un  diluvio, un seísmo… plagas?
 Supercalifragilísticoexpialidoso —interrumpe Mary Poppins.
—No es momento de cantar, Mary. —señala Gabriel, molesto por la intromisión.
—No es eso... Solo quiero llamar vuestra atención sobre el hecho de que, a veces, las palabras no alcanzan a decir lo que se siente. Puede que hayan errado en las formas, pero no en sus reivindicaciones. Nada lograréis con debates internos, y menos —añade mirando fijamente a Dios— enviando un cataclismo que diezme a la humanidad. Vosotros los observáis desde las alturas. Pero no es lo mismo verlo que vivirlo. Creo que sería conveniente que tú, Señor, descendieras a la Tierra y cohabitaras con ellos durante un tiempo. Así tendríais la perspectiva exacta de lo que ocurre antes de juzgar.

*****

Un grupo de personas se acercan a las puertas del Paraíso. El anciano que encabeza la comitiva solicita entrar, asegurando ser Dios. Pedro le niega el acceso y comienzan a discutir. Gabriel se acerca al escuchar el altercado.
—Señor… Por fin has regresado. —dice Gabriel, mientras Pedro observa la escena abochornado por no haberle reconocido. Pero quién iba a pensar que ese tipo demacrado y lívido, casi cadavérico, pudiera ser Él.
—Gabriel, qué razón tenía Mary Poppins... Ha sido duro, pero he aprendido que solo a través de la recuperación del inconsciente, de los sueños, se puede caminar hacia una sociedad nueva donde vivir en plenitud. Ellos lo intentan… pero no se pueden alimentar quimeras cuando no se tiene el sustento asegurado. Por eso he decidido dejarles regresar al Paraíso, pero no como propietarios, sino como inquilinos, a cambio de que trabajen para alcanzar esa utopía que desean y merecen.

sábado, 15 de noviembre de 2014

La sonrisa de Medusa




















Medusa mira a su amante que yace a su lado convertido en piedra. Se levanta del lecho y saca la mejor túnica del armario. Tras vestirse, busca su reflejo en el espejo empañado por el calor y la humedad de la gruta. Traza, apartando el vaho de la superficie, dibujos despreocupados, hasta que su mano toma el control y perfila su bello rostro. A su espalda, percibe un destello metálico. Busca en el cristal el objeto que lo emite y ve a Perseo que, protegido por un escudo, camina hacia ella. No se gira, no hace nada para detener el camino de la espada… Sonríe al saberse mortal. No desea vivir sin sentir, de nuevo, el calor de una mirada enamorada.  

sábado, 8 de noviembre de 2014

Amnesia


Solo faltaba una hora para el comienzo de la función y la actividad era frenética en el circo IzaroEn el punto más alejado del campamento, Ernesto, sentado frente al tocador de su caravana, miraba desafiante a los ojos acusadores que parecían reprocharle una falta imperdonable desde el otro lado del espejo. Ernesto sabía que dentro de él subyacía otra identidad, agazapada en algún rincón de su cerebro, esperando para hacerse cargo de su existencia.
Cada vez que se avecinaba una de sus crisis, como él las llamaba, la presentía. Una inquietud especial se adueñaba de él y el mundo real se alejaba, sus pensamientos se congelaban. Como si un nuevo espíritu se hubiera introducido en su cuerpo, razonaba y sentía de un modo distinto al habitual. Durante un tiempo creyó dominar la situación. La pérdida de consciencia era pequeña, podría incluso confundirse con una falta de memoria normal. Sin embargo, últimamente, sufría de periodos amnésicos cada vez más grandes. Sin saber cómo, se despertaba en un bar con la ropa rota y ensangrentada tras una pelea,  en un autobús con dirección hacia ninguna parte, detenido en una comisaría... No había una causa específica para sus oscilaciones emocionales. De la risa al odio en un segundo. Una mirada, una conversación... y se desencadenaba la reacción que alimentaba sus más bajos instintos.
Ernesto sentía miedo de si mismo, de sus, cada vez, más debilitadas facultades mentales. Era consciente de que algún día ese ser de naturaleza perversa que estaba arraigando dentro de él le obligaría a cometer crímenes y delitos inimaginables. Por eso vivía prácticamente aislado en su caravana, sin vínculos ni afectos, y sin ni siquiera permitir que sus compañeros del circo rompieran el cerco que había levantado a su alrededor.

—¡Señoras y señores, niñas y niños... con todos ustedes el mayor espectáculo del mundo! Recibamos con un fuerte aplauso a... anunció el director de pista. La función había comenzado.

Ernesto abrió la caja de pinturas. Con una esponja se cubrió la cara de blanco, y con lápices de colores se dibujó unas grandes cejas y una boca sonriente. Luego comprobó el resultado. El espejo le devolvió su reflejo distorsionado. «Sabes que no podrás ocultarme siempre entre capas de maquillaje. Me hago más fuerte con el paso de los días». Ernesto se apretó con fuerza la cabeza con las manos para intentar acallar la voz interior y paliar el dolor tan intenso que sentía. «Pobre infeliz, sabes que estoy ganando la partida...».
—¡Silencio, cállate! —gritó Ernesto.
No podía soportar más esta situación. Con una mano temblorosa, rebuscó en el cajón la pistola que había comprado unos meses atrás. Abrió el tambor para asegurarse de que estaban todas las balas y colocó la boca del cañón sobre su sien. «No lo harás, eres un cobarde». 


El público, en ese momento,  aplaudía a Irina que efectuaba un triple giro mortal en el trapecio de la pista central. Nadie escuchó el disparo.


viernes, 24 de octubre de 2014

Sueños reciclados




















Adam entorna los parpados mientras sus dedos avanzan despacio por el cuerpo metálico de su viejo saxofón. Lo guarda en el estuche, mientras escucha, dentro de su alma, una melodía silenciosa de amor y despedida Las lágrimas asoman a sus ojos cuando lo cambia por los billetes que necesita para sobrevivir.
James coloca con delicadeza el instrumento en el escaparate de su tienda de compra-venta. Siente que los objetos que él obtiene tienen historia y acumulan sentimientos.
Rudy camina distraído hasta que un brillo dorado llama su atención. Se acerca. Tras el cristal encuentra el saxo que siempre ha soñado poseer. Sus ojos se iluminan y saca de su bolsillo los últimos dólares que le quedan  para comprar sus sueños. 



sábado, 27 de septiembre de 2014

Rellamada


Alice se sirve una copa de vino y se sienta frente a la chimenea. Las luces danzantes del fuego iluminan la esfera del reloj que hay sobre ella y que marca las once y cuarto. Recuerda la voz de Sanite Laveau, el santero, «no antes de la medianoche…». Mira el álbum de fotografías que tiene abierto en la mesa contigua, lo coge y comienza a pasar las hojas. El instituto, la graduación, los primeros días de la universidad... Cierra los párpados con cada imagen, como si al mirarlas se activara el flash de una cámara que dañara sus ojos. Apenas se reconoce en esa joven. Siente que esa Alice que una vez fue se ha evaporado, pasando a engrosar la  lista de personas desaparecidas. Llega a las láminas que contienen el reportaje de su boda con Scott. Bebe un sorbo de vino y se concede una pausa para tomar aliento y ordenar sus ideas. Las manecillas del reloj continúan su camino hacia la medianoche. Las once y media.  «Te entregué mis mejores años, abandoné mis sueños por empujar los tuyos, te quise más a ti que a mí misma… ese fue mi error. Y ahora, en la cima de tu carrera, me relegas por una sucesión de barbis de pacotilla que solo están a tu lado por la notoriedad que da tu cargo… Pero ya no me duele…».
—Te pedí el divorcio y me lo negaste —dice lanzando la copa contra el suelo que estalla en mil pedazos—. Para ti no soy más que un complemento que viste bien en tu campaña electoral, como las corbatas de Armani que tanto te gustan… Pero ya no habrá  más desprecios ni humillaciones.
Coge una fotografía de Scott, cierra de golpe el álbum y se levanta. La deja sobre un tapete de terciopelo rojo que cubre el centro de la mesa del salón. A su lado, cinco velas negras, un cuenco de metal, unas tijeras, unos fósforos  y un pergamino envuelto en una fina tela de lino blanco. Mira el reloj. Tan solo faltan unos minutos para las doce. Coloca las velas sobre el paño formando un pentagrama casi perfecto y en el centro pone la vasija metálica. Con minuciosidad, corta la fotografía que se esparce por el fondo del recipiente. Desenrolla el manuscrito y comienza a recitar la salmodia que hay escrita mientras enciende la primera vela. «Como esta cera el poder de Scott se quema…». «Se disipa…», la segunda. «No causándome daño», la tercera. «Soy inmune a sus males para siempre…», la cuarta. A pesar de que Sanité le había asegurado  que el ritual no pondría en peligro a nadie, duda un instante antes de encender el último cirio. «Hágase mi voluntad», dice lanzando con furia la cerilla sobre los pedazos del retrato que comienzan a arder elevando una pequeña lengua de fuego hacia el techo.

Alice se despierta tras una noche de pesadillas, en las que Sanite Laveau la miraba fijamente y recitaba una plegaria que trastornaba sus sentidos y paralizaba sus músculos, mientras Scott avanzaba hacia ella rodeado de sombras. Suena el timbre de la puerta. Alice se pone una bata sobre el camisón y abre la puerta. Un agente de policía le informa de que un conductor ebrio, que circulaba por el carril contrario, chocó contra el coche de Scott y le provocó la muerte. 

Se ha marchado el último asistente al sepelio. Alice se prepara una infusión en la cocina. Suena el móvil. El nombre de Scott aparece en la pantalla. Corta la llamada, pero pasados unos segundos vuelve a sonar. Corre hacia la habitación y abre el cajón de la mesita. El teléfono de Scott está allí, apagado y sin batería. Un tintineo en el suyo le avisa que tiene un sms.
REGRESO A CASA…
SCOTT
Alice se sobresalta al escuchar ruido en la entrada y el sonido de unos pasos que se acercan por el pasillo. Cierra la puerta de la habitación y se acurruca en una esquina. Tiembla al ver unos hilos de niebla que pasan por debajo de la puerta y se alargan hacia ella. La estancia se llena de sombras.

viernes, 29 de agosto de 2014

El viejo barquero




















El viejo barquero revisa el armazón de su barca en un astillero improvisado en la orilla del río. Coge una lija para retirar los restos de pintura descascarillada,  cepilla, pasa la mano para sentir la suavidad de la madera y vuelve a lijar. El perro que está a su lado mueve la cola,  impaciente,  reclamando su atención.
—Tú también estás hastiado, ¿verdad, compañero? —le dice, mientras le acaricia la cabeza—. ¿Recuerdas cuando la gente esperaba, formando grandes hileras, para que los trasladáramos a la otra orilla? Pero llegó la crisis y encontraron el modo de alcanzarla más plácidamente y sin coste alguno… y con ella,  el olvido. Conozco cada roca, cada banco de arena, cada corriente… y, sin embargo, no sé qué es una sonrisa, una mirada enamorada o el calor de una mano amiga. ¿De qué sirve tanto dinero acumulado? El mundo es mucho más que este río. Amo mi trabajo, pero sé que encontraré la manera de realizarlo lejos de aquí. Tal vez en el estanque del Retiro o  incluso he pensado en ir a Venecia y ofrecer mis servicios como gondolero. Lo único que lamento es que tú, mi fiel amigo, no me puedas acompañar.
Desde entonces, se escuchan los aullidos lastimeros de Cancerbero que, transformado en perro, busca a Caronte al anochecer


martes, 12 de agosto de 2014

El gen



Tras el alarmante aumento de casos de violencia se efectuó un estudio de ADN a todos los habitantes de la galaxia y se certificó que el código genético de algunos individuos había mutado haciéndoles proclives a la autodestrucción. Los gobernantes del consejo interestelar dictaminaron que todos aquellos que dieran positivo debían ser aislados y retenidos hasta su posterior traslado al planeta Tierra, donde serían abandonados a su suerte.

Algunas veces sienten piedad por ellos y efectúan viajes de reconocimiento con la esperanza de que su naturaleza haya cambiado. Pero los informes de los exploradores no han variado a través de los siglos: muerte, guerras, destrucción... El gen continúa activo.

lunes, 23 de junio de 2014

Ágora


Nahia enciende el ordenador. En la barra de herramientas, una luz parpadea avisándola de que tiene un email nuevo en la bandeja de entrada. Abre el correo. Es un mensaje de Luis notificándola que, a las 20:00 horas, estará esperándola en el chat. Mira el reloj, las 19: 20.

Los minutos pasan lentamente y Nahia comienza a ponerse nerviosa. Como un animal enjaulado camina por el apartamento sin saber qué hacer. Prepara una infusión, enciende la televisión... Nada la serena ni tranquiliza. Abre la puerta de la calle. Su corazón comienza a palpitar a gran velocidad. Su visión se vuelve borrosa. “Imposible, no puedo hacerlo.” Se dirige al cuarto de baño y abre el armario que hay sobre el lavabo. En el estante de arriba están los antidepresivos y ansiolíticos que toma de forma habitual desde que, hace unos meses, nueve para ser más exactos, se le diagnosticó Trastorno de pánico.

Todo comenzó un día en el que,  sin causa aparente, mientras estaba en el metro, comenzó a sentirse mal hasta el punto de perder el conocimiento. Desde entonces, los episodios de pánico habían convertido su vida en un abismo. Y el miedo, como un parásito adosado a las paredes de su cuerpo, había tomado el control de su vida, hasta el punto de no poder dar un paso más allá del jardín de su casa. Todo su universo, aquél que había edificado con dedicación y esfuerzo, se había desmoronado.

Las 19:35. Nahia mira por la ventana. Los transeúntes pasan por la calle ajenos a su particular infierno. “Qué ironía, mi realidad se ha trastocado. Vosotros sois los espectros que habitan mi realidad virtual, aquella que no puedo alcanzar. La otra, la veraz para mí,  se encuentra tras una pantalla del ordenador. Esa es mi conexión con la vida. Un solo clic,  y puedo completar mis necesidades físicas y, sobre todo, las emocionales... Aquellas que, por vuestra incomprensión, me negáis.”

Las 19: 55. Nahia se sienta frente al ordenador. Busca entre los favoritos la dirección del foro. Sonríe al teclear la clave de acceso. Es consciente de que esa palabra, Ágora, es el anagrama que la acerca hacia su Libertad.


domingo, 25 de mayo de 2014

Frágil


















El anciano al que los otros indigentes apodan el loco escribe en su cuaderno. Nadie sabe quién es. Unos dicen que un escritor, otros, por su conocimiento del griego, que un profesor… Él dice llamarse Momo y asegura que es el dios de los escritores y poetas. Cuando alguien le pregunta por qué escribe constantemente, responde que los dioses le desterraron del Olimpo y le quitaron su poder para inspirar a los hombres, pero que no podrán acallar su presencia crítica e inteligente.
Solo Ironía, su perro, conoce la verdad. Él es quién vigila sus más íntimos secretos cuando, al anochecer, el anciano descansa en su gran caja de cartón con la palabra frágil bien visible.


sábado, 3 de mayo de 2014

CHARLIE

Charlie cruza la calle hacia el refugio que ha encontrado en una estación abandonada de tren. Pronto anochecerá y por la humedad que se siente en el ambiente es posible que comience a llover. Se tumba sobre unos cartones, se esconde bajo una vieja manta y espera a que llegue el anhelado sueño. Está tan cansado… Los años avanzan y ya apenas queda nada del joven soñador que creía comerse el mundo
Recuerda las casas de acogida de las que se escapó porque no quería aceptar los lazos emocionales que se le exigían a cambio de bienestar y seguridad. Él deseaba viajar, conocer mundo... y ante todo no perder su libertad. Sonríe al acordarse de  Luca, un ilusionista de poca monta, con el que recorrió pueblos y ciudades, hasta que el director del Gran Circo Pride les contrató para que representaran su espectáculo en una de sus pistas. Qué tiempos aquellos, en los que la camaradería regía sus pasos y no había más obligación que la de: «el espectáculo debe continuar».
Tras su aventura circense, Charlie quiso probar  suerte con el cine o el teatro. Era fotogénico, dominaba la expresión corporal y no le faltaban dotes interpretativas. Durante meses asistió a cientos de castings. «La gloria no llega de la noche a la mañana. No hay límites, solo metas…», se repetía a sí mismo cada vez que le daban con la puerta en las narices. A base de esfuerzo y tesón fue ganándose la confianza de varias productoras. Incluso llegó a ser una de las estrellas de un musical que estuvo durante años en las carteleras de Broadway, Cats.
Espectador de su propia historia, Charlie lanza una mirada al show del pasado, cuando la carne era joven y la sonrisa sincera, cuando su sombra se movía por el escenario al son de la música deslumbrando al público… Hasta ese día en el que la experiencia nada tuvo que hacer ante un cuerpo perjudicado por el paso del tiempo. Cuando sus movimientos perdieron la elegancia que siempre le había caracterizado, le despidieron sin contemplación. Un tropel de imágenes acuden a su mente: dolor, furia, sangre… un paréntesis de espacio que quisiera olvidar. Días oscuros,  en los que la rabia fue el estímulo que le incitó a recorrer los rincones más sórdidos de la ciudad, en busca de seres anónimos e inocentes con los que pagar, aún le cuesta asumirlo, su propia frustración.
Unas voces acaban con su meditación. Su mente regresa de nuevo al cuerpo. Alguien le observa desde la oscuridad. No es uno, sino varios los que le rodean.
—Eh, tú… ¿Qué haces aquí? —dice el que parece ser el jefe—. ¿Acaso no sabes que este es nuestro territorio?
—Yo… —contesta Charle mientras dilatando, su respuesta, busca un resquicio por el que escapar.
Pero no le da tiempo y se abalanzan sobre él, dándole una brutal paliza. Maltrecho y sin apenas fuerzas, se arrastra hacia la carretera cercana. Al otro lado hay un bosque en el que puede descansar y buscar protección. Intenta cruzar la vía, pero le fallan las fuerzas y queda tendido en medio del asfalto. De repente se escucha el sonido de un automóvil que se acerca. Unos faros iluminan la escena y Charlie, abandonándose a lo que cree inevitable, cierra los ojos esperando el final. Pero el conductor reacciona y, con un quejido de las ruedas, logra frenar a escasos metros de él. La puerta se abre. Antes de perder la consciencia, Charlie ve unas extraordinarias piernas de mujer que se acercan.

Charlie, seminconsciente por los efectos de la anestesia, mira a su alrededor. Está tumbado en una camilla y con un gotero conectado al antebrazo. Intenta moverse, pero el intenso dolor casi le hace perder de nuevo el conocimiento.
—Doctor, ¿qué tal está?
—La operación ha sido un éxito. Por las cicatrices que he visto en su cuerpo parece que este no es su primer escarceo con la muerte… O tiene mucha suerte o una naturaleza fuerte. Si evoluciona como hasta ahora, se salvará.
«Esa voz… ¿Será la mujer de las piernas torneadas? ¿Estarán hablando de mí?» Charlie recorre mentalmente su cuerpo en busca de esas marcas. «El antebrazo derecho, la espalda, el cuello, el abdomen y esa que le cruza la cara casi por completo. Cinco… y con esta,  seis. »
Charlie escucha el sonido de unos tacones que se acercan. Es una mujer hermosa. Una cascada de bucles cae por su espalda y enmarca un rostro dulce y sereno. Sus ojos, de un azul intenso, le miran con ternura. Alarga la mano para acariciarlo.
«Tan solo me queda una vida de las siete que tenía. Quizás ha llegado la hora de aceptar lo que antes rechacé. Hace tanto que no siento el calor de una caricia...»”
Charlie cierra los ojos  y ronronea de placer.

viernes, 4 de abril de 2014

EL ORÁCULO













Abeke lanza los cauris sobre la estera para saber qué le dictan los espíritus a través de sus bocas. De los dieciséis caracoles tan solo uno ha quedado con la abertura hacia arriba. Un destello dorado cruza su mente. Mientras intenta decodificarlo en su misterioso mundo interior, tira de nuevo los cauris. Esta vez son siete los que hablan: « No cruzar… la fosa está abierta…». Mira las caras de sus compañeros que esperan ansiosos el resultado de la consulta para lanzarse al asalto de la valla fronteriza. No acaba las palabras ante la determinación que ve en sus miradas.

Amanece. Abeke llora, mientras el sol se refleja sobre las mantas de material dorado que cubren los cuerpos de los muertos. 

sábado, 15 de marzo de 2014

LA POLILLA














Dani pide una cerveza y se sienta en una de las mesas del fondo del local. Desde su rincón, repara en una araña que avanza hacia el centro de la tela, en la que ha quedado atrapada una polilla. No puede evitar un estremecimiento cuando la araña se abalanza sobre su presa.
Un hombre se acerca y le hace un gesto. Dani se levanta y, juntos, se dirigen a una habitación del piso superior. Dani se quita la camiseta dejando al descubierto su torso desnudo. El hombre le mira excitado.
-¿Por qué te llaman “El mudo”? Antes te vi hablando con el camarero...
Dani no contesta. El silencio es su refugio. El único resquicio que, siente, le queda de dignidad.

sábado, 8 de marzo de 2014

MÁS ALLÁ DE LA VENTANA…


Los ojos de Nahir sonríen bajo el burka. Esa cárcel de tela que ella ha transformado en su espacio íntimo, en el guardián de sus secretos. Pegado a su cuerpo, lleva un cuaderno que ha comprado con las monedas que ha escatimado a su marido en las compras. Nahir recuerda las palabras de su madre cuando le enseñaba a escribir por las noches. “La educación te hará libre, mi niña…” y juntas comenzaron a deletrear quimeras, a silabear ilusiones, a formular esperanzas. 
Pero todo cambió con la muerte prematura de su madre. Nahir se convirtió en una carga para su otro progenitor, sobre todo, tras la toma del país por los talibán, y no tardó en buscarle marido. Se llamaba Abass. Había sido reclutado, entre los muchos huérfanos de la guerra, desarraigados y belicosos, que moraban en los campos de refugiados de Pakistán, para convertirse en un “soldado de Dios”. Se educó en sus madrazas y pronto comenzó a destacar entre los guerreros de Alá. Nahir, lloró, imploró piedad a su padre para evitar el matrimonio. Pero todo fue en vano.
Solo Nahir sabe las veces que deseó quitarse la vida, pero por cobardía, o, quizás por llevarle la contraria a la realidad que se empeñada en desautorizarla, no lo hacía. Se calzaba, cada mañana, unos zapatos especiales para no hacer ruido, para no llamar la atención, y vivía en los sueños sin necesidad de vivir.
Sus días transcurrían en soledad, encerrada entre las paredes del hogar, del que solo salía para hacer las compras y para acudir, una vez a la semana, al hammam. Pero ni siquiera allí encontraba refugio y compañía. Cuando ella llegaba, la mayoría de las mujeres callaban, o murmuraban a su espalda, pues temían que ella, dada la posición de su marido, fuera una confidente. Tan solo Yamila se atrevía acercarse a ella.
Yamila era una mujer risueña y valiente. Había trabajado durante años, como doctora, en el hospital de la ciudad. Por culpa de las leyes dictadas por el nuevo régimen, en las que se prohibía trabajar a las mujeres, tuvo que dejar de ejercer su profesión. Pero eso nunca le impidió poner sus conocimientos a disposición de quienes los necesitaran. Y creó, junto a otras mujeres, una red clandestina que atendía a las mujeres sin recursos, dándoles apoyo económico y sanitario. Incluso comenzaron a impartir clases para que, al menos, aprendieran a leer y a escribir. Yamila ofreció a Nahir inscribirse a los cursillos, pero Nahir lo rechazó. No porque tuviera miedo de lo que pudiera ocurrirle, sino porque temía que pudiera escapársele alguna información delante de su marido y poner en peligro a Yamila. Si no sabía nada, nada podría contar. Sin embargo, cuando Nahir supo que estaba embarazada cambió de idea. Nunca hubiera deseado traer un niño a este mundo: cada noche rezaba para que no ocurriera. Pero ni siquiera la naturaleza la dejó elegir. Pensó en abortar, porque, además, en su fuero interno, sabía que sería una niña. Pero cuando sintió los primeros movimientos dentro de ella, no pudo hacerlo.

Hoy Nahir camina decidida, sin miedo, a tomar su primera clase. No sabe qué ocurrirá en el futuro. Pero es la primera vez que siente que hay un horizonte más allá de lo que le enseña la pequeña ventana de su burka.
Nahir acaricia su vientre. “La educación te hará libre, mi niña… velaré porque sea así”

viernes, 21 de febrero de 2014

CORAZÓN CALLADO Y PARADO EN EL TIEMPO


















En la película de la vida el Hombre crea constantemente nuevos decorados. A veces con la palabra, otras con la imagen y algunas  simplemente con el silencio.

El cine antiguo estaba lleno de secuencias calladas. Y, a veces, un fotograma se queda quieto en la memoria. Son el tiempo y la perspectiva los que crean las historias. Aquí el fin está grabado. Y parece cosa del pasado. ¿Marionetas, seres humanos? Seguramente la mirada nos hace sonreír ante la necesidad de que el decorado vuelva a sentirse vivo.
Es lo que sucede al mirar. Que incluso las estatuas o los figurines parecen tener algo de corazón. Aunque parezcan haberse detenido en otra época.





sábado, 1 de febrero de 2014

UNDERGROUND RAILROAD*


El sol comienza a descender sobre las suaves colinas que  rodean la plantación. Finaliza otro día interminable de trabajo, en el que el calor sofocante, la tortura, el dolor y el pánico lo inundan todo.
En el porche de la vieja cabaña que hay junto al río, mamá Harriet se mece al son de los acordes de la canción que los esclavos cantan alrededor del fuego. Swing low, sweet chariot, coming for to carry me home… Sus labios perfilan una sonrisa que desmiente la tristeza que hay en su mirada. « Dulce carromato, ven para llevarme a casa… ». Sus manos se estremecen al abrir la caja de latón que tiene en su regazo. Con mucho cuidado, saca de su interior una pluma blanca y la acaricia mientras retrocede en el tiempo. Se ve a ella misma, abrazada a su madre, a bordo del barco que las trajo a América tras ser capturadas en las inmediaciones de su aldea. Hacinamiento, hambre, suciedad, gritos, miedo, llanto… dolor. Harriet niega con la cabeza para intentar desechar esos recuerdos. «Hoy no… Que nada enturbie la esperanza de este día. Mi tiempo se agota, pero no el de ellos».
—Abuelita… —Aretha sale de la casa como un vendaval y se lanza hacia sus brazos.
—Papá me ha dicho que esta noche nos vamos de viaje a un sitio maravilloso, con grandes montañas y muchos árboles. ¿Y sabes qué más? Me ha contado que en invierno caen unos pequeños cristales del cielo cubriéndolo todo de blanco. Vamos, abuelita, tenemos que recoger nuestras cosas.
—No, cariño. Yo no puedo ir… Soy muy mayor y mis piernas apenas me sostienen.
—Pero yo no quiero irme sin ti…
—No te preocupes, pequeña, yo estaré siempre a tu lado. Mira, ¿ves esta pluma? Hace años yo también hice un viaje muy largo. Y como tú estaba triste y asustada… Pero entonces mi madre recogió del suelo esta pluma y me contó que hay mujeres especiales, guardianas de sueños, que los depositan en las alas de los pájaros para que lleguen a sus legítimos dueños. Ahora es para ti. Cada vez que me necesites acaríciala. Su roce te acercará a mí y te recordará que siempre habrá un sueño esperándote en algún lugar.
Sam, el hijo mayor de Harriet y padre de Aretha, contempla la escena desde la puerta, sin poder evitar que las lágrimas rueden por su rostro. Se las limpia con el dorso de la mano para que su hija no las vea.
—Aretha, ve a ayudar a tu madre a preparar el equipaje. Mamá Harriet, el pasaje para el ferrocarril subterráneo que nos llevará a Canadá está preparado. El maquinista nos esperará en el claro de bosque que hay tras la casa del amo.
— ¿Canadá? Pero yo… pensé que el destino era Boston.
—La situación ha cambiado, mamá Harriet. El jefe de estación me ha dicho que el gobierno federal ha aprobado una ley, «Ley del esclavo fugitivo», que ordena a todos ciudadanos y autoridades a capturar y devolver los esclavos fugados. Incluso en los estados del Norte donde la esclavitud ha sido abolida. Pero no te preocupes, llevaré a nuestra familia hasta la Gran estación central y regresaré a por ti.
—No Sam… el amo pondrá todos los medios para recuperaros, ni dudará en pagar una recompensa. No des ni un solo paso hacia atrás… ni siquiera por mí. Prométeme que los llevarás hacia la libertad.

*****

Las campanas de la catedral de S. Michael despiertan a Aretha que lleva días postrada en la cama. A sus noventa y cinco años, su cuerpo apenas la sostiene, siente que su final está próximo. Su nieta Angelina lee un cuento sentada en la silla que hay junto al lecho.
—Angelina, abre las ventanas. Deja que entre el sonido de las campanas.
—Abuela, ¿por qué te gusta tanto escucharlas?
—Porque su tañido fue lo primero que escuché al llegar a Toronto desde Luisiana. Son campanas de Libertad… Cariño, acércame esa caja de latón que hay sobre la chimenea. Ábrela y saca lo que hay dentro.
—¿Una pluma?

—Sí, pero es especial. Esta pluma me la dio mi abuela,  y a ella su madre… Y ahora, quiero que sea para ti. Ven, siéntate a mi lado, te contaré su historia. Cuando mi abuela Harriet estaba a bordo del barco que la trajo de África… 






* No había raíles, ni máquinas de vapor, ni era necesario quemar carbón para desplazarse. El ferrocarril subterráneo (underground railroad) fue una red clandestina, cuyo objetivo era ayudar a los negros que huían de los estados del Sur hacia los libres del Norte. Usaban términos ferroviarios como código para evitar despertar sospechas entre los esclavistas. También las canciones desempeñaron un papel primordial. La palabra zapatos, ruedas… carro significaba que alguien estaba preparado para huir. 

domingo, 19 de enero de 2014

PÁGINAS VIVAS




















La calle San Francisco ofrece al anochecer un panorama tenso e intimidante. Sin embargo Ane es feliz viviendo en ella. Prostitución, violencia, drogas... son conceptos  adosados al asfalto del lugar. Allí, sin moverse, entre el particular paisaje humano del barrio, sonríe a Sandokan que, recién llegado de Borneo, cansado de viajes, regenta el bazar de la esquina. También puede ver a Robinson Crusoe y Viernes que doblan la esquina conversando en un idioma ininteligible.

Ane no tiene que dejar volar la imaginación para encontrar a los personajes que, hasta hace poco, solo existían en sus libros. En su calle, en la que diecinueve cámaras vigilan los movimientos de sus habitantes, ha encontrado la realidad de la Literatura.

sábado, 4 de enero de 2014

LA DAMA DE NEGRO


Urian coge una cerveza de la nevera, la vierte en una copa y se sienta en la terraza de su pequeño apartamento. En la calle, sosegada y sin turistas, los últimos vendedores ambulantes recogen sus enseres devolviendo la paz al barrio. Bebe un sorbo mientras se recuesta en la silla y observa cómo cae el sol sobre la Acrópolis, matizando de rojo las piedras que parecen cobrar vida.

Recuerda los paseos dominicales con su abuelo y las historias que le contaba. “Urian…, le decía muy serio mientras caminaban junto al teatro de Dionisios, aquí Aristófanes, Sófocles… representaron sus obras en los concursos de teatro anuales. Fíjate en esa estatua que parece sujetar el escenario es…” Y entonces comenzaba a relatar una leyenda  sobre un sátiro,  una ninfa… o cualquier otro personaje mitológico.
Evoca lo diminuto que se sentía al pasar por la puerta Beulé,  la emoción que le embargaba al ver el Partenón, el sueño de la perfección como lo llamaba su abuelo y, sobre todo, la agitación  que se producía en su interior a medida que se acercaban al Erecteón. “¿Ves ese agujero que hay en la techumbre del templo? Lo hizo Poseidón con su tridente. Mira dónde se clavó… De allí manó el agua salada. Ven, vamos a descansar junto a…” La excursión siempre terminaba de la misma manera: ambos sentados bajo el Olivo Sagrado. Aquel que, según la tradición, hizo germinar Atenea, logrando que, de ese modo, la ciudad quedara bajo su protección y no bajo la de Poseidón. Desde entonces, cada vez que se acerca al árbol, percibe una presencia benéfica, una fuerza sutil, cuyo origen no sabe precisar, que le provoca toda clase de sensaciones, como si ansiara trascender los límites de la realidad.
Levanta la copa hacia la Acrópolis, recuperando el antiguo rito de brindar por los dioses y por los muertos. “Ya no cruzaré tus puertas como un visitante más… me adentraré en tus misterios.” Y sonríe al pensar en la suerte que ha tenido. Gracias a una subvención, gestionada por el Doctor Papadimitriou, su profesor de arqueología en la Universidad y conservador del Museo de la Acrópolis, comenzará a trabajar, como becario, en el departamento de educación del museo.  

Suena el despertador. Urian se levanta, se viste y camina hacia la Acrópolis. El guardia de la entrada le impide el paso. Tras enseñar su acreditación, le deja pasar. “Si el abuelo pudiera verme en estos momentos…” Urian contempla las piedras y su geometría sagrada, donde la sabiduría y los elementos encriptados resuenan por todas partes.
Una fugaz figura cruza su campo de visión. Urian enfoca mejor y ve a una mujer vestida con un delicado peplo negro. El cordón dorado que ajusta la túnica, realza sus armoniosas formas. Es tan hermosa…
—Uriaaaaaaaaaaan.
Urian se gira y ve al Doctor Papadimitriou que le hace un gesto para que se acerque.
—Buenos días, Doctor.
—Buenos días. ¿Preparado para conocer a los compañeros? ¿Te encuentras bien? Te noto un poco turbado.
—Es que he visto allí —dice girando la cabeza hacia el lugar indicado— una…
Pero ella ya no está.
— ¿Una qué?
—No… nada... Habrá sido solo un juego de sombras.

La actividad en el Museo de la Acrópolis es frenética, sobre todo con la cercanía del verano. A pesar de que han pasado más de tres años desde que se inauguró el nuevo edificio, todavía queda mucho que inventariar en el almacén del antiguo. Allí, Urian selecciona las piezas, investiga sobre ellas y las documenta para su posterior traslado al nuevo edificio.
—Urian, te he traído un café de la máquina —le dice Helena, su compañera de departamento—. ¿Por qué no descansas un poco? Vete a dar un paseo, que te dé un poco el aire. Ya continúo yo.
Urian sonríe, coge el café y sale del edificio hacia el mirador que hay junto al Partenón. Se sorprende al ver allí a la mujer de negro que, con un elegante gesto, le anima a acercarse y sentarse a su lado. Urian se aproxima a ella  y la observa sin poder articular ninguna palabra.
— Vista desde aquí, la ciudad de Atenas siempre me ha parecido más triste y solitaria. —dice la mujer con una dulce voz—.  Como si estuviera ajena al caos que se vive en la mayoría de sus calles. 
— ¿Quién eres?
—Pandora. —dice mientras le muestra un estuche plateado que tiene en su regazo.
— ¿Acaso te estás riendo de mí? Pandora no existe, es solo un mito.
—Todos los mitos tienen algo de realidad, forman parte de la condición humana…
— ¿Y qué hay de verdad en el tuyo?
—Es verdad que abrí la caja que se me encomendó guardar, pero no fui yo quien trajo la desgracia a la humanidad. Dentro del cofre, en realidad, había bienes y males. Y fue Zeus el que sustrajo las cosas buenas, llevándoselas a la mansión de los dioses, dejando las desdichas como castigo y ejemplo para Prometeo y, por ende, para todos los hombres. Desde entonces estoy aquí. ¿Qué madre abandonaría  a sus hijos a su destino? No olvides que, aunque nací de una conspiración divina, también soy la primera mujer que pobló la Tierra. Sois parte de mi linaje y he estado pendiente de vuestra evolución, pero como debe hacerlo una madre, desde la distancia. Dejando que corráis riesgos, que aprendáis de los errores… y alentándoos a que tengáis fe en vosotros mismos y persigáis vuestros sueños individuales y colectivos.
—Entonces… ¿Tengo que creer que ahí —dice Urian señalando el cofre— tienes guardada la Esperanza?
—Sí, —dice Pandora mientras abre el cofre y le muestra el interior— aunque cada vez está más debilitada. Corren malos tiempos…
Urian mira dentro y ve, acurrucado en una esquina, un pequeño pájaro, similar a un gorrión, que apenas puede sostenerse.
De repente,  se escucha una pequeña explosión en el centro de la ciudad. Ambos miran la columna de humo que se eleva hacia el cielo. Otra jornada de manifestaciones, inicialmente pacíficas, que acaban en altercados. ¿Qué más se puede perder cuando se ha perdido todo?
El pajarillo comienza a temblar.