sábado, 22 de septiembre de 2012

AVISO URGENTE


















Teniendo en cuenta que, a consecuencia de la hambruna, desastres naturales y guerras, el número de mortandad mundial es cada vez más alarmante. Y advirtiendo el desequilibrio que se está produciendo entre el número de muertes y nacimientos, agravado en los últimos años por la crisis económica.  Se advierte que, ante la falta de recién nacidos para futuras reencarnaciones, queda terminantemente prohibido morirse hasta nueva orden.


Aquellos que no estén de acuerdo con la decisión tomada pueden enviar su reclamación a la siguiente dirección de correo: Nodoyabasto@hotmail.com

Si  lo que desean es consultar su caso con otras religiones, estas direcciones pueden serles de utilidad:

Elcielopuedeesperar@tierra.com, a la atención de Dios.
Elparaisodelasvirgenes@gemail.com, a la atención de Alá.

Atentamente.
Buda


sábado, 8 de septiembre de 2012

EL VIEJO MERCADO


Ángela, quizás influida por las historias que le contaba su abuelo de pequeña, sentía una aversión, casi patológica, por los laberintos. Él le explicaba que la vida era como un laberinto, en el que las decisiones tomadas la llevarían hasta sus sueños o hacia calles sin salidas. Y como ejemplo siempre le contaba cuentos de espíritus atrapados, de seres aislados en el centro de la nada, incapaces de superarse ante la falta de referencias.

“Tienes que desarrollar la intuición y estar atenta a las pistas que hay en el camino. “ Las palabras de su abuelo resonaban en su cabeza. No sabía cómo había llegado allí. Ángela solo recordaba escuchar una voz, penetrante, sugestiva, antes de que los contornos de la habitación se diluyeran para dar paso a una espesura verde que delimitaba su horizonte. Mirara a donde mirara, solo había paredes que parecían estrecharse a  medida que caminaba. La maraña de hiedra que descendía por los muros entorpecía sus pasos al engancharse en sus pies. El sol descendía alargando las sombras, haciendo que el pasadizo pareciera más lúgubre y hermético. Pronto llegaría la noche,  la oscuridad total, y ella se quedaría atrapada dentro de su propia pesadilla. Su corazón comenzó a latir con intensidad. Sentía que le faltaba el aire.

“La habilidad para controlar tu destino está en ti”

 — Sí, abuelo, pero hasta Teseo tuvo la ayuda de Ariadna. Tengo que serenarme. Esto es solo un sueño, nada malo puede pasarme. Pronto me despertaré.

De repente, apareció una puerta frente a ella. Estaba muy dura. Los goznes parecían oxidados. Tiró con fuerza y consiguió que se abriera un poco, lo justo para que pudiera pasar. Sintió la brisa en el  rostro. Cerró los ojos para aspirar, con más intensidad, el aire y que éste limpiara la angustia que circulaba por sus venas. Pero el aire se volvió denso, casi irrespirable. Olía a humedad, al moho que exhalan las piedras antiguas. Abrió los ojos. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Se encontraba en una oscura celda. Un pequeño vano abierto en la pared era el único punto de luz que le permitía ver la estancia. Apenas había mobiliario. Tan solo un camastro, con un colchón de paja, una tosca mesa de madera y una pequeña banqueta en la que estaba sentada Ángela. Su cuerpo comenzó a moverse involuntariamente, como si respondiera a los designios de otra persona. Sobre la mesa había un cuchillo. Lo cogió y comenzó a rasurar su cabeza. Cuando el último mechón cayó al suelo pasó la mano por su cráneo desnudo. La retiró manchada con la sangre de los cortes que se había hecho. A continuación cogió un espejo, deslucido por el paso del tiempo, y observó el resultado. ¿Quién era esa mujer que la miraba desde el espejo? Era una joven, de facciones bellas y delicadas, con unos perturbadores ojos claros que la miraban inquisitoriamente. Sus labios comenzaron a moverse.

— ¿Dónde están ahora esas voces celestiales? El miedo a la muerte es más fuerte que mi pasión ante tu divinidad... Una sola palabra, y volveré a tener la fuerza inquebrantable de un soldado. ¿Por qué callas?

Ángela sintió lastima por la muchacha. Podía apreciar su dolor, su miedo...

— Si acepto retractarme, quizás me dejen libre. Y podré ser una mujer cualquiera, tener una vida propia, como cualquier persona, con sus deseos y anhelos... Pero eso sería abandonar en un pasaje negro de mi historia a todos esos hombres que murieron creyendo en mí... Y no puedo hacerlo. Las voces fueron mi salvación y serán mi condena... Aunque ahora callen.

Ángela, o quién fuera la que moviera los hilos de su cuerpo, se levantó con determinación. Fue hacia la cama, y se vistió con una túnica blanca que había sobre el colchón. Se escuchó el sonido de unos pasos acercándose. Dos soldados abrieron la reja de la celda y, tras esposarla, la llevaron hasta una plaza llena de gente que la observaba con respetuoso silencio. Algunos, sin poder evitar las lágrimas, lloraban a su paso. En el centro había una pira montada. La ataron a un poste, mientras un hombre, con las vestimentas propias de un eclesiástico, comenzó a leer una sentencia: “Juana de Arco, se te acusa de hereje e idólatra. Y se te condena a morir en la hoguera.” El verdugo encendió el fuego.  Ángela, al ver como las lenguas de fuego ascendían,  gritó desesperadamente.

— Ángela, cuando cuente hasta tres, despertarás. Uno, dos, tres.

Ángela despertó y vio la cara del doctor Pérez que la miraba preocupado. Hace meses que acudía a la consulta, por su anormal e injustificado miedo al fuego. Él lo había llamado Pirofobia. Y como parte del tratamiento, le había sugerido que, para conocer las causas,  se sometiera a una sesión de hipnosis.


Han pasado cinco años desde aquel día. Desde entonces, como quien regresa a la escena de un crimen, cada 30 de mayo viaja a Ruan, cruza la  plaza del viejo mercado, y deposita  flores en el suelo.