martes, 19 de noviembre de 2013

ROSA

















Rosa era un ser especial. Jamás, desde que el destino me puso en su camino, escuché de su boca una mala palabra, ni la vi un mal gesto. Ni siquiera cuando los transeúntes daban una patada a su platillo o la miraban con desprecio. «No te enfades con ellos, compañero», me decía mientras me acariciaba el pelo, «no saben que lo esencial es invisible a los ojos». Y continuaba su camino sonriendo, empujando su carrito en el que llevaba todas sus pertenencias.

Hoy, mientras me trasladaban a la perrera, vi como la ambulancia se llevaba su cuerpo. Rosa abandonó esté mundo de la misma manera que vivió, en silencio, con los ojos cerrados y el corazón abierto.