Solo faltaba una hora para el comienzo de
la función y la actividad era frenética en el circo Izaro. En
el punto más alejado del campamento, Ernesto, sentado frente al tocador de su
caravana, miraba desafiante a los ojos acusadores que parecían reprocharle una
falta imperdonable desde el otro lado del espejo. Ernesto sabía que dentro de
él subyacía otra identidad, agazapada en algún rincón de su cerebro, esperando
para hacerse cargo de su existencia.
Cada vez que se avecinaba una de sus crisis, como él las llamaba, la
presentía. Una inquietud especial se adueñaba de él y el mundo real se alejaba,
sus pensamientos se congelaban. Como si un nuevo espíritu se hubiera
introducido en su cuerpo, razonaba y sentía de un modo distinto al habitual.
Durante un tiempo creyó dominar la situación. La pérdida de consciencia era
pequeña, podría incluso confundirse con una falta de memoria normal. Sin
embargo, últimamente, sufría de periodos amnésicos cada vez más grandes. Sin
saber cómo, se despertaba en un bar con la ropa rota y
ensangrentada tras una pelea, en un autobús con dirección hacia ninguna
parte, detenido en una comisaría... No había una causa específica para sus
oscilaciones emocionales. De la risa al odio en un segundo. Una mirada, una
conversación... y se desencadenaba la reacción que alimentaba sus más bajos
instintos.
Ernesto sentía miedo de si mismo, de sus, cada vez, más debilitadas
facultades mentales. Era consciente de que algún día ese ser de naturaleza
perversa que estaba arraigando dentro de él le obligaría a cometer crímenes y
delitos inimaginables. Por eso vivía prácticamente aislado
en su caravana, sin vínculos ni afectos, y sin ni siquiera permitir que sus
compañeros del circo rompieran el cerco que había levantado a su alrededor.
—¡Señoras y señores, niñas y niños... con todos ustedes el mayor espectáculo
del mundo! Recibamos con un fuerte aplauso a... —anunció el director de pista. La función había comenzado.
Ernesto abrió la caja de pinturas. Con una esponja se cubrió la cara de
blanco, y con lápices de colores se dibujó unas grandes cejas y una boca
sonriente. Luego comprobó el resultado. El espejo le devolvió su reflejo
distorsionado. «Sabes que no podrás ocultarme siempre entre capas de
maquillaje. Me hago más fuerte con el paso de los días». Ernesto se
apretó con fuerza la cabeza con las manos para intentar acallar la voz interior
y paliar el dolor tan intenso que sentía. «Pobre infeliz, sabes que
estoy ganando la partida...».
—¡Silencio, cállate! —gritó Ernesto.
No podía soportar más esta situación. Con una mano temblorosa, rebuscó
en el cajón la pistola que había comprado unos meses atrás. Abrió el tambor
para asegurarse de que estaban todas las balas y colocó la boca del cañón sobre
su sien. «No lo harás, eres un cobarde».
El público, en ese momento, aplaudía a Irina que efectuaba un triple
giro mortal en el trapecio de la pista central. Nadie escuchó el disparo.
Hay lesiones en el alma para las que no hay cura, excepto algunos fármacos que, lejos de calmarlas, las agravan, pues llevan al sujeto a un estado de consciencia en el que el dolor es mayor cuanto mayores son los demonios que se llevan en el interior.
ResponderEliminarTremendo, niña dulce.
EliminarTe sugeriría que quitaras la frase "Y Ernesto,con una sonrisa..." He probado a leer el texto sin ella y me parece que tiene más fuerza.
Me quedo con la intriga de saber un poco más acerca del origen del fantasma que atormenta a Ernesto pero qué bien has descrito su angustia, el camino que le lleva a la última decisión. Y un final redondo.
Un abrazo enorme, cariño.
Como ves, querida maestra, he quitado la frase a la que aludes, porque, efectivamente, el texto gana en fuerza sin ella. Y sobre el fantasma de Ernesto… Prometo darle continuidad, aunque con tiempo, ya sabes que, a veces, los personajes se mantienen esquivos.
EliminarBesos y abrazos.
Los fantasmas, siempre los fantasmas...
ResponderEliminarEnhorabuena, querida amiga.
Besos
EliminarAy si pudiéramos, como las serpientes, mudar la piel y desprendernos de ellos…
Besos y muchos abrazos.
Magnífica descripción del fantasma interior y los miedos que le amenazan. Un final que aunque se prevée, te pilla desprevenida.
ResponderEliminarUn abrazo.
Sé que es un ejemplo extremo, Rosa, pero no debemos olvidar que todos los tenemos. Cada vivencia parece despertar un pequeño fantasma que habita en nosotros. Sin embargo, en lugar de temerlos, deberíamos aceptarlos como aliados, pues nos señalan cuáles son las actitudes que debemos cambiar para avanzar.
EliminarBesos y muchos abrazos.
Nadie escuchó el disparo, nadie supo el dolor que habitaba en su alma..
ResponderEliminarSaludos, Mari Carmen. Buen día.
Si la soledad no buscada es triste en las alegrías, en el dolor, me parece aterradora.
EliminarUn beso grande, querida Luna.
El mejor disgnóstico del miedo es el silencio.
ResponderEliminarLa enfermedad mental es un riesgo al que todos estamos expuestos. Las psicopatologías acaban con más vidas que el propio cáncer, si bien, los enfermos no disfrutan del alivio de la muerte. Si prestáramos tanta a tención a la salud mental como a la forma física, el mundo sería un lugar más acogedor para tod@s.
Un abrazo
Qué razón tienes, Esther. Ya nos lo advirtió juvenal, allá por el siglo primero de nuestra era: “Mens sana in corpore sana”. Sin embargo, continuamos sin hacer caso de esa recomendación. Tal vez, porque la enfermedad mental lleva implícita una lacra que no queremos admitir ni excluir.
EliminarBesos y abrazos
De nuevo, el punto de mira en el que padece.
ResponderEliminarun beso
Es a quiénes hay que atender, querido amigo. Nadie como tú para saberlo.
EliminarBesos y abrazos
Mari Carmen, acaso una de las tragedias más grandes a las que alguien tenga que enfrentarse es a encontrase en soledad con el peor enemigo, uno mismo. Duro, muy duro. Tú lo has descrito de forma magnífica. Un duelo a muerte impactante.
ResponderEliminarUn abrazo.
Razón no te falta, Alicia, el amor, la amistad… minimiza los efectos y consecuencias. Aldoux Huxley, mente preclara donde las haya, escribió:
Eliminar“El amor ahuyenta el miedo y, recíprocamente el miedo ahuyenta al amor. Y no sólo al amor el miedo expulsa; también a la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad, y sólo queda la desesperación muda; y al final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma.”
Creo que es una recomendación a tener en cuenta.
Besos y abrazos.
Algunos se suelen meter dentro de una botella, el corcho muy pequeñito y con el poco aire que se cuela por ella es capaz de sentirse persona ya que la soledad es su única doncella.
ResponderEliminarEl ruido de disparos a nadie sobresalta. El corazón está empapado de pólvora que ni la mecha la hace arder a pesar del cristal que la sustenta.
un abrazo
Bella doncella es la soledad si viene acompañada de paz, creatividad, sosiego o recogimiento. Pero cuidado con ella que es voluble y caprichosa tornándose en aislamiento… Y no solo nos alejará de la relación con nuestro entorno, sino que apartará a personas significativas en nuestra vida. Por suerte, sé que a ti no te ocurrirá eso, querido Antonio.
EliminarBesos y abrazos.
La vida circense, entre fantasía y realidad, entre risas y tragedia, da para mucho, pero tu le sacas, con tu prosa exquisita y tu imaginación, mucho más jugo, si cabe.
ResponderEliminarUn abrazo.
Veo que compartes mi admiración por el circo y todo lo que significa y evoca. Pocos paisajes hay en los que puedan subsistir esas dualidades a las que haces referencia.
EliminarBesos y abrazos.
Los payasos me parecen un material narrativo excepcional, sobre todo por lo que esconden tras espesas capas de maquillaje, tras la sempiterna sonrisa pintada. Nos ofreces la psicología de un personaje atormentado por una dualidad de la que resulta imposible escapar. Para mayor desasosiego, no recuerda lo que hace en sus correrías como míster Hyde. Lo que salva a este personaje es que aborrece el mal que lleva dentro. Ojalá algunos tuvieran un momento de lucidez así. No para suicidarse, claro está, sino para actuar en consecuencia.
ResponderEliminarUn abrazo.
Es curioso lo evocador que resulta la imagen de un payaso, que logra que nosotros mismos nos movamos en esa dualidad. Mientras para algunas personas son personajes divertidos, entrañables… otras los temen de tal modo que, incluso, está tipificado como trastorno emocional: coulrofobia. Supongo que asusta y produce desconfianza lo que no se ve, lo que se esconde bajo capas de maquillaje… Sin embargo, a mí siempre me ha causado ternura ese ser que, independientemente de su estado emocional, está obligado —la función debe continuar— a hacer reír a los demás.
EliminarMe alegro de que este texto te haya resultado interesante. Ojalá, como apuntas, existieran esos momentos de lucidez y quedara el horror solo en nuestras ficciones.
Besos y abrazos
Espléndido, querida Mari Carmen, con esa mirada siempre empática y reflexiva que caracteriza a todos tus personajes.
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte.
Gracias, Nines, por leerme con tanta generosidad :-)
EliminarUn fuerte abrazo, querida amiga.
Creo que Irina está reclamando su propia parte en esta magnífica historia.
ResponderEliminarUn beso.
Queda claro que ni Vichoff ni tú queréis dar descanso a mis neuronas. Yo lo intentaré, espero que la musa también cumpla ;-)
EliminarBesos y muchos abrazos.