domingo, 16 de diciembre de 2012

LA PEREZA DE SER PRINCESA



















Un ligero haz de luz atraviesa los pesados cortinajes iluminando el lecho en el que Estefanie duerme. En su bello rostro apenas si puede percibirse la nube de los sueños que pasan por su frente.  “Es tan hermosa…” piensa el Príncipe. Por un instante duda en alterar su vida durmiente, pero como, finalmente, es lo que se espera de él, se inclina y besa sus labios. Estefanie abre los ojos y, tras unos instantes de turbación, se incorpora y le da un bofetón al Príncipe.


— Pero, Este, yo… ¿qué es lo que he hecho mal? –dice el Príncipe, mientras se masajea la mejilla.
— ¡¿Qué que es lo que has hecho mal?! ¿Te parece poco despertarme? ¡Y encima, te tomas la libertad de besarme…!
— Pero tú… ¿Tú no estabas bajo el influjo de un hechizo? Mi destino era encontrarte, deshacer el embrujo y ser feliz a tu lado comiendo perdices. No entiendo que…
— Serás engreído y arrogante… ¿Pensabas, que iba a lanzarme, así, sin más, a tus brazos? Estoy harta de príncipes azules que acaban desteñidos y convertidos en sapos. Tengo dieciséis años y toda una vida por delante. No pienso consentir que nadie, ni mis padres, ni tú, ni siquiera unas hadas, decidan por mi.

Los padres de Estefanie, alertados por los gritos procedentes de la habitación de su hija, aparecen en el dintel de la puerta.
— ¿Pero qué has hecho, hija mía? -dice el rey- Vas a crearme un conflicto con el país vecino.
— ¿Yo…? Mira, padre, todo esto es culpa tuya. Tú ordenaste al gabinete de prensa que enviara un comunicado a los medios de comunicación para que difundieran el rumor de que estaba hechizada. Y todo para esconder mis deseos y decisiones. Pues este es el resultado…
— Pero, hija, -dijo la reina, que la miraba con la tristeza de quién ha sentido en su propio ser la misma angustia que, en este momento, siente Estefanie - Tu padre solo quiere lo mejor para ti. Tú eres una princesa, y como tal estás destinada a un príncipe y a una vida de cuento...
— Madre, sé que tú me comprendes. Ya os dije que si no podía ser protagonista de mi propia vida me quedaría en la cama, sin hacer nada, como mera espectadora. Además, en el fondo, ¿no es eso, según el protocolo, la función de una princesa? Pues ya lo habéis logrado. Y ahora, por favor, dejadme dormir en paz. Por lo menos, en mis sueños, nada está escrito, y puedo crecer y tener mi espacio de libertad.  Y dicho esto la princesa se tendió de nuevo en el lecho y les dio la espalda.

El rey se acerca al Príncipe que, desde lejos, observa la escena perplejo, sin salir de su asombro.
— Acompáñadme, joven, al comedor, -dijo el rey-. Allí, tomando unas viandas y una copa de vino, podremos hablar con tranquilidad. Disculpad, suena el móvil de mi hija...
— Sí, por favor, padre, dejadme sola.


“Las niñas ya no quieren ser princesas..." La voz de Joaquín Sabina le avisa de que tiene un sms. “Conéctate a Twitter. Besos. Cenicienta”. Estefanie, de mala gana, se levanta y enciende el ordenador que tiene sobre el escritorio. Tras insertar la clave, entra en el perfil de Cenicienta, y comienza a leer los Tweets.

@princesscenicienta. Os recuerdo que hemos quedado esta tarde, a las 8:30, en el bar que hay en el puerto.

@pincessblancanieves. Pues conmigo no contéis, tías, tengo que ir a probarme el vestido para el baile de la semana que viene.

Sonriendo, Estefanie escribe:

@princessbelladurmiente. ¿No podemos dejarlo para otro día? Es que hoy apenas he dormido…