El
sol comienza a descender sobre las suaves colinas que rodean la plantación. Finaliza otro día
interminable de trabajo, en el que el calor sofocante, la tortura, el dolor y
el pánico lo inundan todo.
En
el porche de la vieja cabaña que hay junto al río, mamá Harriet se mece al son de los acordes de la
canción que los esclavos cantan alrededor del fuego. Swing
low, sweet chariot, coming for to carry me home… Sus
labios perfilan una sonrisa que desmiente la tristeza que hay en su mirada. « Dulce carromato, ven para llevarme a casa… ». Sus manos se estremecen al abrir la caja
de latón que tiene en su regazo. Con mucho cuidado, saca de su interior una
pluma blanca y la acaricia mientras retrocede en el tiempo. Se ve a ella misma,
abrazada a su madre, a bordo del barco que las trajo a América tras ser
capturadas en las inmediaciones de su aldea. Hacinamiento, hambre, suciedad,
gritos, miedo, llanto… dolor. Harriet niega con la cabeza para intentar
desechar esos recuerdos. «Hoy no… Que nada
enturbie la esperanza de este día. Mi tiempo se agota, pero no el de ellos».
—Abuelita… —Aretha sale de la casa como un vendaval y se
lanza hacia sus brazos.
—Papá me ha dicho que esta noche nos vamos de viaje a un
sitio maravilloso, con grandes montañas y muchos árboles. ¿Y sabes qué más? Me
ha contado que en invierno caen unos pequeños cristales del cielo cubriéndolo
todo de blanco. Vamos, abuelita, tenemos que recoger nuestras cosas.
—No, cariño. Yo no puedo ir… Soy muy mayor y mis piernas
apenas me sostienen.
—Pero yo no quiero irme sin ti…
—No te preocupes, pequeña, yo estaré siempre a tu lado. Mira,
¿ves esta pluma? Hace años yo también hice un viaje muy largo. Y como tú estaba
triste y asustada… Pero entonces mi madre recogió del suelo esta pluma y me
contó que hay mujeres especiales, guardianas de sueños, que los depositan en las
alas de los pájaros para que lleguen a sus legítimos dueños. Ahora es para ti.
Cada vez que me necesites acaríciala. Su roce te acercará a mí y te recordará
que siempre habrá un sueño esperándote en algún lugar.
Sam, el hijo mayor de Harriet y padre de Aretha, contempla la
escena desde la puerta, sin poder evitar que las lágrimas rueden por su rostro.
Se las limpia con el dorso de la mano para que su hija no las vea.
—Aretha, ve a ayudar a tu madre a preparar el equipaje. Mamá
Harriet, el pasaje para el ferrocarril
subterráneo que nos llevará a Canadá está preparado. El maquinista nos
esperará en el claro de bosque que hay tras la casa del amo.
— ¿Canadá? Pero yo… pensé que el destino era Boston.
—La situación ha cambiado, mamá Harriet. El jefe de estación me ha dicho que el
gobierno federal ha aprobado una ley, «Ley del esclavo fugitivo», que ordena a
todos ciudadanos y autoridades a capturar y devolver los esclavos fugados.
Incluso en los estados del Norte donde la esclavitud ha sido abolida. Pero no te
preocupes, llevaré a nuestra familia hasta la Gran estación central y regresaré a por ti.
—No Sam… el amo pondrá todos los medios para recuperaros, ni dudará en pagar una recompensa. No des ni un solo paso hacia atrás… ni siquiera por mí. Prométeme que
los llevarás hacia la libertad.
*****
Las campanas de la catedral de S. Michael despiertan a Aretha
que lleva días postrada en la cama. A sus noventa y cinco años, su cuerpo
apenas la sostiene, siente que su final está próximo. Su nieta Angelina lee un cuento
sentada en la silla que hay junto al lecho.
—Angelina, abre las ventanas. Deja que entre el sonido de las
campanas.
—Abuela, ¿por qué te gusta tanto escucharlas?
—Porque su tañido fue lo primero que escuché al llegar a
Toronto desde Luisiana. Son campanas de Libertad… Cariño, acércame esa caja de
latón que hay sobre la chimenea. Ábrela y saca lo que hay dentro.
—¿Una pluma?
—Sí, pero es especial. Esta pluma me la dio mi abuela, y a ella su madre… Y ahora, quiero que sea
para ti. Ven, siéntate a mi lado, te contaré su historia. Cuando mi abuela
Harriet estaba a bordo del barco que la trajo de África…
* No había raíles, ni
máquinas de vapor, ni era necesario quemar carbón para desplazarse. El ferrocarril subterráneo (underground
railroad) fue una red clandestina, cuyo objetivo era ayudar a los negros que
huían de los estados del Sur hacia los libres del Norte. Usaban términos
ferroviarios como código para evitar despertar sospechas entre los esclavistas.
También las canciones desempeñaron un papel primordial. La palabra zapatos,
ruedas… carro significaba que alguien estaba preparado para huir.