Alice se sirve una copa de vino y se sienta frente a la chimenea. Las luces danzantes del fuego iluminan la esfera del reloj que hay sobre ella y que marca las once y cuarto. Recuerda la voz de Sanite Laveau, el santero, «no antes de la medianoche…». Mira el álbum de fotografías que tiene abierto en la mesa contigua, lo coge y comienza a pasar las hojas. El instituto, la graduación, los primeros días de la universidad... Cierra los párpados con cada imagen, como si al mirarlas se activara el flash de una cámara que dañara sus ojos. Apenas se reconoce en esa joven. Siente que esa Alice que una vez fue se ha evaporado, pasando a engrosar la lista de personas desaparecidas. Llega a las láminas que contienen el reportaje de su boda con Scott. Bebe un sorbo de vino y se concede una pausa para tomar aliento y ordenar sus ideas. Las manecillas del reloj continúan su camino hacia la medianoche. Las once y media. «Te entregué mis mejores años, abandoné mis sueños por empujar los tuyos, te quise más a ti que a mí misma… ese fue mi error. Y ahora, en la cima de tu carrera, me relegas por una sucesión de barbis de pacotilla que solo están a tu lado por la notoriedad que da tu cargo… Pero ya no me duele…».
—Te pedí el divorcio y me lo negaste —dice lanzando la copa contra el suelo que estalla en mil pedazos—. Para ti no soy más que un complemento que viste bien en tu campaña electoral, como las corbatas de Armani que tanto te gustan… Pero ya no habrá más desprecios ni humillaciones.
Coge una fotografía de Scott, cierra de golpe el álbum y se levanta. La deja sobre un tapete de terciopelo rojo que cubre el centro de la mesa del salón. A su lado, cinco velas negras, un cuenco de metal, unas tijeras, unos fósforos y un pergamino envuelto en una fina tela de lino blanco. Mira el reloj. Tan solo faltan unos minutos para las doce. Coloca las velas sobre el paño formando un pentagrama casi perfecto y en el centro pone la vasija metálica. Con minuciosidad, corta la fotografía que se esparce por el fondo del recipiente. Desenrolla el manuscrito y comienza a recitar la salmodia que hay escrita mientras enciende la primera vela. «Como esta cera el poder de Scott se quema…». «Se disipa…», la segunda. «No causándome daño», la tercera. «Soy inmune a sus males para siempre…», la cuarta. A pesar de que Sanité le había asegurado que el ritual no pondría en peligro a nadie, duda un instante antes de encender el último cirio. «Hágase mi voluntad», dice lanzando con furia la cerilla sobre los pedazos del retrato que comienzan a arder elevando una pequeña lengua de fuego hacia el techo.
Alice se despierta tras una noche de pesadillas, en las que Sanite Laveau la miraba fijamente y recitaba una plegaria que trastornaba sus sentidos y paralizaba sus músculos, mientras Scott avanzaba hacia ella rodeado de sombras. Suena el timbre de la puerta. Alice se pone una bata sobre el camisón y abre la puerta. Un agente de policía le informa de que un conductor ebrio, que circulaba por el carril contrario, chocó contra el coche de Scott y le provocó la muerte.
Se ha marchado el último asistente al sepelio. Alice se prepara una infusión en la cocina. Suena el móvil. El nombre de Scott aparece en la pantalla. Corta la llamada, pero pasados unos segundos vuelve a sonar. Corre hacia la habitación y abre el cajón de la mesita. El teléfono de Scott está allí, apagado y sin batería. Un tintineo en el suyo le avisa que tiene un sms.
REGRESO A CASA…
SCOTT
Alice se sobresalta al escuchar ruido en la entrada y el sonido de unos pasos que se acercan por el pasillo. Cierra la puerta de la habitación y se acurruca en una esquina. Tiembla al ver unos hilos de niebla que pasan por debajo de la puerta y se alargan hacia ella. La estancia se llena de sombras.
¡Por dió! Una minuciosa puesta en escena para el plato y cuando ya crees que se ha terminado la cena, un postre que no esperas. Me ha encantado.
ResponderEliminarUn abrazo, Atxia.
Me alegro de que te haya gustado, Rosa. No hay cena que se precie si no termina con un postre sorpresa :-) Gracias por acudir a mi invitación.
EliminarBesos y muchos abrazos.
Sabes que me suceden cosas así. Ayer observé un gran hueco en la estantería, recordaba la novela que lo ocupaba pero me era imposible recordar el nombre del autor o el título, ahora leyendo el comentario de Fefa lo he recordado: Stephen King, "Después del anochecer". Estaba en mi habitación, dejaré el hueco para cuando publiques tu novela.
EliminarBesos y abrazos.
Uf, rellenar el espacio dejado por Stephen King… Qué responsabilidad ;-) y qué confianza la tuya para con mi escritura. Prometo que serás de las primeras personas en leerla. Cómo me gustan las cosas que te pasan.
EliminarUn beso grande, cielo.
Caray... Me encanta, has creado el ambiente de un modo magistral.
ResponderEliminarEnhorabuena¡¡
Eso es porque te has dejado llevar y has puesto tu imaginación al servicio de mis letras. Gracias.
EliminarBesos y muchos abrazos
Niña dulce, ni Stephen King.
ResponderEliminarQué forma de sobrecoger al lector.
Es que eres buena, jodía.
:-)
Un abrazo enorme.
EliminarTampoco hay que exagerar... pero como el mismo Stephen King dijo, todos somos aprendices, hacedores y maestros. Y aunque yo me muevo la mayoría del tiempo en el primer grupo, tengo mucha gente a mí alrededor que pertenecen al último y que logran con sus enseñanzas que, a veces, me convierta en hacedora :-)
Un beso grande
Es como interpretar una partitura en la que las armonías son cada vez más intensas y envolventes. Esas pinceladas realistas del principio se funden a la perfección con el ritual místico hasta desembocar en el miedo irracional.
ResponderEliminarEn la moraleja de tu cuento sustituiría al pragmático "¡Cuidado con lo que deseas!", por el espeluznante "¡Cuidado con lo que decretas!". Es una historia fantástica.
Un abrazo.
Qué bonito lo que dices sobre la partitura y las armonías... Eres muy generosa en tus apreciaciones, Esther, y muy sabia en tus moralejas. Hay que tener en cuenta que existe una ley de causa y efecto, que rige todo el universo, por la que el bien engendra bien y el mal engendra el mal.
EliminarBesos y muchos abrazos
Y ahora con tintes fantásticos, la culpa entrando por debajo de la puerta. Felicidades como siempre.
ResponderEliminarQué bonito modo tienes de leer, mi querido Luismi, de todo extraes un verso. “La culpa entrando por debajo de la puerta”, me gusta.
EliminarUn beso grande
Leo el relato después de las doce de la noche... estremecedor. No dejo de mirar la puerta por si hay niebla en el bosque.
ResponderEliminarUn beso.
Lo siento, Pedro. Tal vez debí poner una nota diciendo: no leer después de las doce de la noche ;-) Aunque lo cierto es que no entiendo como temes a la niebla, nadie como tú sabe pintarla
Eliminarhttp://ultralas.blogspot.com.es/2013/06/al-hilo-de-la-trama.html
Besos y un fuerte abrazo
Pues a mí, como a Fefa, me ha venido a la mente Stephen KIng, o sea que ya somos dos. Me ha encantado. Hasta he sentido miedo, mira por dónde. Un final fantástico.
ResponderEliminarUn abrazo terrorífico.
EliminarEs que como fefa me lees con ojos generosos. Espero, Josep Mº que no lo hayas pasado del todo mal. Hay quienes aseguran que el miedo bajo control genera adrenalina y testosterona. ¿Lo refrendas? ;-)
Besos y muchos abrazos
Lo de la testosterona no lo sabía. Tendré que hacerme unos análisis de sangre y si es así... a pasar miedo más a menudo, jeje
EliminarAbrazos mil.
Cuidado, Josep, ya sabes que tan malo es en exceso como en defecto :-)
EliminarUn abrazo grande
No sé... esperaba varias cosas, pero que volviera... Qué miedo, chiqui.
ResponderEliminarSobrecogedor el ambiente creado. Te felicito, guapa.
Besitos.
Me alegro de que te haya sorprendido y asustado. Ya sabes que sobre gust… no, sobre sustos no hay nada escrito y es complicado acertar :-)
EliminarBesos y muchos abrazos, corazón.
Se subió al tren en una estación desconocida… se aferro a las barandas y se sentó en una silla. Cambio de estación y se perdió por las vías. Intento volver a la estación de partida y no hubo manera, no encontró ni las barandas, el asiento y la silla. Miraba y miraba como se alejaban las vías…
ResponderEliminarUn abrazo
Tal vez, todo ocurre por alguna razón, Antonio. Y su destino no sea retornar a ese andén que se presume vació, sino al final de esas vías se alejan. Rellena los huecos y te quedará una preciosa historia.
EliminarBesos y muchos abrazos.
Buen cuento de Halloween que demuestra, según he consultado en los manuales de brujería, que el mal que haces se vuelve contra ti por triplicado. Me gusta cómo resuelves el final, dejando a cada uno que imagine lo que quiera.
ResponderEliminarUn abrazo.
Y no solo en brujería. Como dice uno de nuestros refranes: quién siembra vientos cosecha tempestades :-)
EliminarAhora, mi querido crápula, solo me resta conjeturar sobre cómo sería el final que imaginarías tú.
Un beso grande.
He intentado dejarte el segundo comentario y continúo teniendo problemas para publicarlos. Aquí va el tercer intento....
ResponderEliminarFelicidades por un magnífico relato donde queda clara tu maestría. Magnífica atmosfera y desenlace. ¡Que placer leerte siempre, Mari Carmen!.
Un abrazo y todo mi cariño.
Pues parece que, como dice el refrán, a la tercera va la vencida, mi querida Nines, y no te imaginas cómo te lo agradezco. Vuestra compañía siempre me anima a continuar y a exigirme para, en la medida de lo posible, hacerlo un poco mejor. No hay mejor aliciente que el cariño de los amigos.
EliminarUn beso grande.
Dicen que todo lo que hacemos bien o mal,regresa...
ResponderEliminarDe principio a fin cautiva el relato.
Un placer, Mari Carmen.