Miro el reloj…las cinco y cuarto. Con calculada lentitud elijo la ropa para la cita concertada. Me visto y, antes de salir, me miro en el espejo buscando una mirada de aliento en el reflejo.
Camino hacia ti lentamente, pretendiendo que los latidos del reloj se acompasen a mis pasos. Será doloroso, pero siempre será mejor un dolor agudo que uno dilatado en el tiempo y sin sentido.
A la hora acordada llamo a tu puerta y sales a recibirme con la sonrisa amable de siempre. No son mis manos, sino las tuyas, las que preparan los detalles de lo que, espero, sea la ultima cita. Todo perfecto: la música relajante, el aroma de las flores del centro de la mesa...Sin embargo tanta perfección me infunde más desasosiego. Tu voz serena me invita a sentarme. Te acercas hasta mí mientras cierro los ojos. No te extraña esa reacción. Me conoces hace tiempo y sabes que es mi forma de abandonarme a lo inevitable. Intento decir unas palabras, pero quedan silenciadas por tus manos. Ahora que llega el momento tan temido, pienso que he sido injusta contigo. Tú no tienes la culpa. Sólo quieres lo mejor para mí. Al fin y al cabo, no fueron tus manos sino las mías las que aceptaron y firmaron el presupuesto para realizar una endodoncia.