Abeke lanza los cauris sobre la estera
para saber qué le dictan los espíritus a través de sus bocas. De los dieciséis
caracoles tan solo uno ha quedado con la abertura hacia arriba. Un destello
dorado cruza su mente. Mientras intenta decodificarlo en su misterioso mundo
interior, tira de nuevo los cauris. Esta vez son siete los que hablan: « No
cruzar… la fosa está abierta…». Mira las caras de sus compañeros que esperan
ansiosos el resultado de la consulta para lanzarse al asalto de la valla
fronteriza. No acaba las palabras ante la determinación que ve en sus miradas.
Amanece. Abeke llora,
mientras el sol se refleja sobre las mantas de material dorado que cubren los
cuerpos de los muertos.