«Cuenta una leyenda china que hay un hilo
rojo invisible que conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin
importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer,
pero nunca romper».
Despiertas, con la angustia propia de quien
ha sufrido una terrible pesadilla.
«El hilo se puede estirar o contraer, pero
nunca romper. »
«Estirar o contraer.»
«Nunca romper.»
Con el eco de las últimas palabras que has
escuchado en el sueño, te miras la muñeca. Respiras aliviada al constatar que
el cordel con el que alguien te retenía, que te daba cierta libertad pero sin
soltarte, no existe. Sin embargo, la amenaza que emite el mensaje resuena
nítida en tus oídos.
«Estirar o contraer.»
«Estirar o contraer.»
«Estirar o contraer.»
«Estirar o contraer.»
«Nunca romper.»
Giras la cabeza hasta barrer con la mirada el
perímetro que te circunda. Sigues sin recordar cómo has llegado hasta allí. No
encuentras respuesta porque, en realidad, hasta ese momento, presa de la
angustia y la confusión, no te has cuestionado nada acerca de la naturaleza del
laberinto.
Con curiosidad renovada, te
levantas y caminas sobre el terreno de arcilla y piedras. Coges una de ellas,
la más afilada que encuentras, y golpeas con fuerza en uno de los muros. Tan
solo logras arañar la superficie.
«Ya sea recuerdo, realidad
ilusoria o campo de información, no deja de ser un espacio creado por la mente.
Un flujo de energía que no siempre es continua ni estable», piensas. «De
acuerdo a las ondas energéticas que transmiten nuestro cerebro, todo lo que
genere el pensamiento produce una vibración determinada que puede alterar el
estado de las cosas.» Reconoces que es una simple hipótesis, pero una idea
excitante.
Vacías tu mente y te
concentras en un punto en la base del cercado, donde el soporte de carga del
terreno parece más débil. De repente, percibes una ligera presión en la muñeca.
Das un fuerte tirón y sientes cómo cede la fuerza que intenta detenerte. Te
acercas más al tabique arcilloso e imaginas que se resquebraja. La grieta que
se forma es apenas perceptible, excepto por los minúsculos granos de caliza que
se desprenden de la pared. Con la duda sustituida por la determinación,
condensas otra vez tu pensamiento y lo focalizas en la fisura. Las partículas
de arena se convierten en guijarros, que resbalan hacia el suelo y dejan una
pequeña oquedad en el muro.
Una corriente de aire fresco
brota desde la abertura. A través de la mirilla natural, distingues un
territorio que se ondula en todas las direcciones. Y en la lejanía, el surco
marcado por un camino que, semiescondido por las olas del terreno, discurre
solitario hasta desembocar en un frondoso bosque.
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