martes, 24 de agosto de 2021

Transparente


Ojos verdes de niña transparente.
Y rastros de un invierno
que no puede soñar.

Saira mira por la ventana desde un Kabul, envuelto en polvo y arena, que daña los ojos. Está sentada junto a su hija Arezo, de la que no se ha separado desde que ingresó en el hospital. La niña, por fin, se ha quedado dormida, extenuada de tanto vomitar por culpa del gas que había inhalado en la escuela.

Saira acaricia el cabello de su hija mientras Arezo repite en sueños: “Estaba en clase cuando me pareció oler una flor...”.
—Arezo, mi pequeña niña, —dice Saira desde el calabozo de tela en el que estaba encerrada— quise llamar a la esperanza con el nombre que elegí para ti. Has aprendido muy pronto que la vida no es justa, pero no te había advertido que, además, puede ser cruel. Tu único pecado es haber nacido mujer. Y en este país las mujeres comen dolor y beben lágrimas... Quise que tuvieras el futuro que a mí se me negó. Rogué a la vida que te entregara tus sueños. ¿Qué puedo decirte ahora que sientes que el intento es frenado por la vida, o por la muerte? Solo que son las dos caras de una misma moneda.

Saira rompe a llorar por ella, por Arezo. Y por su rostro ruedan lágrimas que nadie verá.

2 comentarios:

  1. Hay textos que cuesta escribir e imágenes que se quedan ancladas en la retina, como fantasmas que no solo se niegan a desaparecer sino que, pese a ser esperados, reaparecen con dolorosa nitidez.

    Fotografía «Madre, hija y muñeca», de la artista yemení Boushra Almuawakel (2010)

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  2. Ojos verdes de niña transparente.
    Y rastros de un invierno
    que no puede soñar.

    Quizás alguien se haya preguntado quién es la niña de los versos que encabezan el texto, sin saber que hace tiempo que la conoce, porque fue otra de esas imágenes icónicas que llegan al alma.
    Sharbat Gula, en 1984, se convirtió en todo un símbolo de la crítica situación de los refugiados y víctimas de los conflictos armados. Pero ni siquiera la popularidad que alcanzó la libró de un terrible destino... Años después, en el rostro de la joven afgana se instaló un perpetuo invierno y en su mirada puede leerse la tragedia de este país, asolado por la guerra, y el abandono en el que se la dejó. Imagen que no solo la retrata a ella, sino que pone ante nosotros un espejo en el que mirarnos.

    No siempre el verde significa esperanza.



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