Han
terminado las clases y, mientras los niños salen corriendo, Malaika se
entretiene recogiendo el material escolar. Mira por la ventana y ve a su hija
Shani jugando en el patio con sus amigos. Malaika, con un gesto, le advierte
que enseguida saldrá. Termina de recoger, sale a la calle y llama a su hija.
— Shaniiiiiiii
Shani
llega corriendo y se lanza a los brazos de su madre.
— Hola
mamá.
— ¿Qué
tal el día, cielo?
—Muy
bien, estábamos jugando a Mbube. ¿Puedo quedarme un poco más?
—Sí,
claro, pero solo un poco, tengo muchas cosas que hacer.
Shani
sale corriendo tras sus amigos. Malaika se sienta al sol mientras observa la
escena. Los niños forman un círculo alrededor de dos jugadores, con los ojos
vendados, a los que hacen girar. Malaika coge una lámina de su cuaderno de
pintura, saca las acuarelas y comienza a hacer un dibujo de los niños jugando.
"Mbube, mbube..." –gritan los niños. Las voces aumentan de
intensidad.
“Mbube...el
león acecha a la presa...el círculo.” Malaika deja caer el pincel. Los gritos, coreando al niño que hace de león,
le recuerdan otro círculo en el que ella fue la presa, el trofeo. Recuerda como
ella y su familia se escondieron durante un ataque de los rebeldes a su aldea.
Uno de ellos entró en la casa y exigió a su madre que le entregara uno de sus
hijos a cambio de perdonar la vida al resto. Su madre la eligió a ella. Durante
todo el camino hacia el campamento, no dejó de llorar, estaba tan asustada...
Pararon a descansar y un rebelde, con un león tatuado en el antebrazo, la
llamó. Los demás hicieron un circulo a su alrededor. Él rasgó sus ropas,
la lanzó al suelo y, mientras los demás gritaban y le coreaban, la violó. Y
así, uno tras otro. Cuando terminaron decidieron continuar andando, pero ella
sangraba mucho y no podía caminar más. La amenazaron con matarla si no iba con
ellos. Durante un año estuvo retenida hasta que, estando embarazada, por fin
pudo escapar. Regresó a su aldea, pero la rechazaron. No comprendían que no
hubiera escapado antes. Con catorce años, a punto de parir y sin nadie a quién
recurrir, se dirigió a uno de los campos de refugiados de Freetown, la capital
del país. Allí, en medio de extraños, encontró la ayuda que su familia y tribu
le negó. Le dieron cobijo, educación, trabajo...y una de las armas más potentes
contra el dolor: la imaginación en una caja de acuarelas.
— Mamá,
¿te encuentras bien?
—Sí
cariño, estaba pensando de qué colores pintar el dibujo.
Shani
mira la lámina, recoge el pincel del suelo y, con una sonrisa, se lo
da a su madre.
— Mami,
¿qué es lo que me dices siempre?
— ¿Qué,
hija?
— Pues
que pinte con los colores de mi país. Verde de las montañas, azul del mar y el
cielo, amarillo del sol, y el más hermoso de todos...
—El
color de la piel, sí, cariño. Vamonos a casa, está comenzando a anochecer.
Malaika
recoge sus cosas y, con Shani de la mano, se para un momento junto al “Cotton
Tree”. El árbol de algodón, símbolo de la libertad, que se yergue firme delante
de los flashes de los turistas.