
Escucho los latidos de mi corazón, las
pulsaciones de mis arterias, mientras abandono el lastre de mi cuerpo.
Mi sombra es más real que mi ser y vuela tras mis
pensamientos, delicados y precisos, en un universo de infinita quietud. Aquí no
existe la ley de la gravedad y puedo, si lo deseo, expandirme como una gota de
agua o una nota musical hasta desaparecer en la Nada.
¿Pero de qué me serviría vivir en otros mundos si ni siquiera sé vivir en éste?
Poco a poco mis moléculas se unen.
Regreso.
Abandono el sueño del olvido.