martes, 17 de febrero de 2015

Un ballo in maschera















Angelo se arregla el cuello de la levita frente al espejo. La luz, al incidir en los brocados, irradia destellos que lo envuelven en un halo de misterio y seducción. Satisfecho, se coloca la máscara que él mismo ha creado.
La música de Vivaldi acompaña sus pasos hacia el salón, donde arlequines, pierrots y bellas colombinas, escapan a su realidad durante unas horas. Desde una esquina les observa danzar, hasta que, a las doce en punto, todo se detiene y los invitados retiran sus antifaces. Solo Angelo mantiene el suyo, centrando todas las miradas.
Una mano traviesa suelta los lazos y la máscara cae,  provocando un murmullo de sorpresa. De tanto ser ignorado, Angelo ya no tiene rostro que mostrar.


jueves, 5 de febrero de 2015

Heroína

Año 3010. La Humanidad se ha convertido en un conjunto de seres sin memoria que necesitan vivir de recuerdos ajenos. Una empresa, Regards, se ha hecho con el monopolio de ese mercado en alza y no duda en recurrir al secuestro y robo de identidades. Nadie se siente seguro. Mientras, en el subsuelo de la ciudad un reducido grupo de personas luchan. Su líder, Bárbara Cooper, tras años de investigación, ha inventado una máquina de rehabilitación cognitiva con la que recuperar la memoria perdida.
—Bárbara, deprisa, tenemos que irnos —dijo apremiante Anthony, su lugarteniente—. Un grupo de soldados de asalto está a punto de desactivar el escudo electromagnético que protege la puerta de entrada.
—Imposible, Anthony, el proceso de restitución está a punto de terminar —objetó mientras señalaba el cuerpo inerte de una niña que estaba tendida en una camilla y conectada por cables a una máquina—. Si la desconectamos ahora, morirá. Y ella —añadió con dulzura, retirando un mechón de pelo de su rostro— es nuestro futuro… nuestra memoria.
De repente se apagan las luces y entra en funcionamiento el grupo electrógeno. Se escucha una breve explosión y el sonido de botas corriendo por el pasillo. Anthony dispara una ráfaga de balas que hace parar a los asaltantes. Cierra la puerta y asegura el cerrojo.
—¡Date prisa!  Esta puerta no aguantará sus envestidas.
El color de los botones de la consola pasó del rojo al verde, señal de que la operación había finalizado. Uno a uno fue retirando los cables, mientras estimulaba las extremidades de la pequeña. Barbará aguantó la respiración hasta que la niña abrió los ojos.
—No te asustes, cariño, ya estás a salvo. ¿Cómo te llamas?
—Inés.


Inés deja de teclear y coge la fotografía que hay junto al ordenador. No puede reprimir una lágrima mientras recuerda aquél verano en el que su abuela Bárbara, enferma de Alzheimer, se convirtió en su heroína.