domingo, 24 de marzo de 2013

CORAZÓN DE TRAPO




















No recuerdo cuántos días llevo en esta habitación, sombría y silenciosa, de la que no me atrevo a salir. En este duermevela, que es, a la vez, desamparo y abrigo. Miro a mi alrededor. Tan solo una tenue luz, que penetra por las rendijas de la persiana, delimita los contornos y me devuelve el destello de las tijeras que hay sobre la mesa. Quiero alcanzarlas, librarme de esta condena… pero una maraña de hilos entorpece mi avance. Apenas son unos metros los que me separan de la mesa y, sin embargo, parece que, a medida que doy un paso, se aleja más y más… Me acerco al fin. Con manos temblorosas cojo las tijeras. Dudo unos segundos. La tijera hace un pequeño ruido al cortar el hilo que cae a mis pies.

Poco a poco, voy cortando, uno a uno, los hilos que me unen a la cruceta que, hasta ahora, guiaba mis movimientos. Con el último, siento que todo mi cuerpo, como si fuera de trapo, se dobla bajo su propio pequeño peso. Tengo que levantarme, buscar un centro de gravedad que me permita mantenerme erguida y vencer la nada. Un eje que actúe sobre la materia de mi cuerpo y me ayude a mantener el equilibrio.

Se acabó la búsqueda de mi identidad en ojos ajenos, en sueños imposibles de realizar porque no son míos. Me desnudo de etiquetas, desmaquillo cada gesto realizado en busca de aprobación… Quiero aceptar la vida fluyendo en su intenso latir, arrojarme, de lleno, a la incertidumbre que ansío encontrar al borde de mis pies. Y eso solo lo conseguiré desde mi libertad.

Los muñecos de madera y cartón no tienen centro de gravedad. Porque son movidos por la mente y el deseo de otros, se mueven con el pensamiento de sus dueños. Hoy he cortado los hilos que me atan a ese pensamiento. Reuniré los hilos y los convertiré en un corazón de trapo al que quiero enseñar a latir.



viernes, 1 de marzo de 2013

TENGO QUE HABLAR CON DIOS, GABRIEL…
























"Esa certeza que se vuelve duda

mata en columna de a uno cuanto encuentra…
(Manuel Martínez-Carrasco)



Tengo que hablar con Dios, Gabriel...


Ya puedes archivar este expediente, Gabriel. ¿Hemos terminado por hoy, no?
—Solo falta que recibas a Náira. Le habías citado a las 12:00 y nos está esperando.
—¿Náira? Lo había olvidado… Cómo si no tuviera bastante con las cosas de Lucifer y las súplicas y quejas de los humanos,  para, además, tener que preocuparme de tonterías, seguro que es una memez lo que le trae. En fin, que pase.

Náira, nervioso y visiblemente consternado, se sienta y, sin decir ni una sola palabra, le entrega a Dios una carta. En el sobre, el membrete del gabinete psicológico para la transmigración de almas, y dentro este texto: “Tras un exhaustivo examen del caso, y habiendo sometido al paciente a varias sesiones de análisis terapéutico, se recomienda le sea concedida la baja temporal en su actividad.  Diagnóstico: Trastorno de ansiedad y depresión”

Esto es inaudito... –dice Dios, mientras rompe el informe en mil pedazos-.  Es la primera vez en la Historia que un ángel de la guarda pide la baja. Y mira que ha habido casos complicados… ¿Acaso quieres que cunda el ejemplo? 
—No, claro que no. Pero es que… D. Juan… me supera. Es un narcisista, misógino, osado hasta la temeridad, no respeta ninguna ley humana o divina…
Tu función no es juzgar, Náira, para eso estoy yo. Tú solo debes aconsejarle, salvaguardarle, sin alterar su libre albedrío y,  por supuesto, ser… la voz de su conciencia
No se trata solo de él y ni de mí... Es que me está creando problemas con otros ángeles de la guarda que me recriminan que hago mal mi trabajo. Se quejan de que, por no saber yo encauzar el camino de D. Juan, algunos de sus protegidos descubren en él un espíritu rebelde y libre, y, atraídos por su ejemplo, comienzan a imitar sus actos.
Pero eso son cosas de jóvenes, la inmadurez que les hace protestar. Con el tiempo aprenderán que el sueño de vivir en libertad absoluta es una quimera... a la que, desde luego, no se llega por el placer como único fin de las acciones. Hay que dejar que el tiempo realice su trabajo.
—Pero, Divinidad, cualquiera pensaría al oíros, que disculpáis sus andanzas, como si solo fueran pequeñas travesuras. ¿Acaso no recordáis el día que traspasó  las puertas del convento para seducir a Doña Inés y sus consecuencias? Ese día, todos pudimos sentir vuestra furia.
—Nada queda disculpado ni olvidado. Cuando llegué el momento pagará por sus pecados. Pero, mientras tanto, deberás continuar a su lado. Si te sirve de ayuda piensa que D. Juan está encerrado en una cárcel, cuyos barrotes son sus propios deseos, y que tú, con tu capacidad y trabajo, con paciencia, serás capaz de limarlos.
No, no… ¡Quitadme las alas si queréis, pero ya no puedo más! Estoy todo el día con el corazón en puño. Duelos, persecuciones, muertes… Y esas pobres muchachas, a las que trata como un objeto, como un trofeo, y las abandona a su destino. Y por si fuera poco,  ya ni siquiera respeta la paz de los cementerios. No puedo más de verdad…


 Finalmente Dios aceptó la renuncia y le envió a descansar. Dos años le ha costado superar el trastorno que supuso velar por Don Juan Tenorio. Náira observa, desde un claro de una nube, el acontecer de su nuevo protegido, un niño aplicado y sin malicia. De repente se oye el rechinar de las puertas del Paraíso que Pedro abre a las nuevas almas. Miles de voces, descoordinadas, desconcertadas… De entre todas ellas, hay una que le resulta conocida. Náira presta más atención, intentando definirla.

“¿No es verdad, ángel de amor, que en esta apartada orilla, más pura la luna brilla…”

Náira tiembla al ver el alma de D. Juan atravesando las puertas. ¿Será verdad que, finalmente, todo el mundo puede arrepentirse en el último instante? Náira baja la cabeza, desconcertado, mientras observa lo que parece un destello de malicia en los ojos de Pedro...