sábado, 24 de noviembre de 2012

MBUBE


















Han terminado las clases y, mientras los niños salen corriendo, Malaika se entretiene recogiendo el material escolar. Mira por la ventana y ve a su hija Shani jugando en el patio con sus amigos. Malaika, con un gesto, le advierte que enseguida saldrá. Termina de recoger, sale a la calle y llama a su hija.
— Shaniiiiiiii
Shani llega corriendo y se lanza a los brazos de su madre.
— Hola mamá.
— ¿Qué tal el día, cielo?
—Muy bien, estábamos jugando a Mbube. ¿Puedo quedarme un poco más?
—Sí, claro, pero solo un poco, tengo muchas cosas que hacer.
Shani sale corriendo tras sus amigos. Malaika se sienta al sol mientras observa la escena. Los niños forman un círculo alrededor de dos jugadores, con los ojos vendados, a los que hacen girar. Malaika coge una lámina de su cuaderno de pintura, saca las acuarelas y comienza a hacer un dibujo de los niños jugando. "Mbube, mbube..." –gritan los niños. Las voces aumentan de intensidad.

“Mbube...el león acecha a la presa...el círculo.” Malaika deja caer el pincel. Los gritos, coreando al niño que hace de león, le recuerdan otro círculo en el que ella fue la presa, el trofeo. Recuerda como ella y su familia se escondieron durante un ataque de los rebeldes a su aldea. Uno de ellos entró en la casa y exigió a su madre que le entregara uno de sus hijos a cambio de perdonar la vida al resto. Su madre la eligió a ella. Durante todo el camino hacia el campamento, no dejó de llorar, estaba tan asustada... Pararon a descansar y un rebelde, con un león tatuado en el antebrazo, la llamó. Los demás hicieron un circulo a su alrededor. Él  rasgó sus ropas, la lanzó al suelo y, mientras los demás gritaban y le coreaban, la violó. Y así, uno tras otro. Cuando terminaron decidieron continuar andando, pero ella sangraba mucho y no podía caminar más. La amenazaron con matarla si no iba con ellos. Durante un año estuvo retenida hasta que, estando embarazada, por fin pudo escapar. Regresó a su aldea, pero la rechazaron. No comprendían que no hubiera escapado antes. Con catorce años, a punto de parir y sin nadie a quién recurrir, se dirigió a uno de los campos de refugiados de Freetown, la capital del país. Allí, en medio de extraños, encontró la ayuda que su familia y tribu le negó. Le dieron cobijo, educación, trabajo...y una de las armas más potentes contra el dolor: la imaginación en una caja de acuarelas.

— Mamá, ¿te encuentras bien?
—Sí cariño, estaba pensando de qué colores pintar el dibujo.
Shani mira la lámina, recoge el pincel del suelo  y, con una sonrisa, se lo da a su madre.
— Mami, ¿qué es lo que me dices  siempre?
— ¿Qué, hija?
— Pues que pinte con los colores de mi país. Verde de las montañas, azul del mar y el cielo, amarillo del sol, y el más hermoso de todos...
—El color de la piel, sí, cariño. Vamonos a casa, está comenzando a anochecer.

Malaika recoge sus cosas y, con Shani de la mano, se para un momento junto al “Cotton Tree”. El árbol de algodón, símbolo de la libertad, que se yergue firme delante de los flashes de los turistas. 



sábado, 3 de noviembre de 2012

CIUDAD





















“Huyamos de esta gran ciudad 
 a una más pequeña  y más propia para el corazón”
                                                (Leonard Cohen)


Ciudad


Ando entre calles perdidas, 
entre luces que alumbran,
tenues, los pasos de habitantes
que esconden su  tristeza
en el pequeño hueco de sus manos.

Mientras la vida cotidiana,
con sus múltiples tareas,
se refugia bajo los tejados
que, como sombrillas nocturnas,
cubren los espacios 
donde duerme la noche.

Da igual que esta ciudad
no tenga nombre, 
ni cartel de salida
o de llegada.
Da igual que se parezca
a miles de ciudades.

Solo importa que siento,
en el silencio que envuelve
sus rincones, 
la cifra exacta de la edad
del Hombre.